domingo, 17 de septiembre de 2017

Crónica de un viaje alrededor de los Alpes, parte 2

Eran poco menos de las seis de la mañana cuando puse una rueda en carretera. El sol se intuía detrás de los campos de girasoles y maizales que bordeaban el aeropuerto, la neblina instalada en la zona refrescaba el aire y diría que seguramente me despertó más rápido que el café recién tomado. Poco a poco mis piernas fueron cogiendo el ritmo para mover la pesada carga que llevaba detrás. Cada año siempre intento aliviar el peso de las alforjas quitando en el último momento cosas pero aun así, acabo llevando cosas que no utilizo en todo el viaje. De los dos calzoncillos que llevé, uno de ellos me sobró claramente. No porque le fuese dando la vuelta a uno de ellos y el otro fuese de adorno. Si no porque en verdad creo que me puse un calzoncillo solo el primer día y otro cerca del final cuando visité Arlés. De diario iba en modo comando con el pantalón de deporte que ya lleva huevera. Llevar calzoncillo y huevera en una bici me resulta increíblemente incómodo ya que cuando estás una media de siete a ocho horas pedaleando todo el día llevar dos prendas ahí abajo significa que vas a tener cuatro rozaduras, una por cada lado de la cosita y por cada prenda. No quiero explayarme en cómo se queda la zona cuando llega la noche. Así que desde el primer día había un calzoncillo que sobraba. También sobraba una de las tres camisetas, un par de calcetines y el pantalón corto de vestir. En total un kilo aproximadamente que podría haber llevado de jamón, chorizo o lomo, craso error. Pero bueno, ya estaba pedaleando y más o menos a gusto sobre la bici, sobre todo feliz de poder alejarme del aeropuerto y del pequeño Abdullah, deleitándome en lo bien que iba a dormir esa noche en el camping, o eso pensaba yo.

Dos años atrás había hecho parte de la ruta de ese mismo día escapando de las proximidades del aeropuerto ya que dos años atrás había ido a Grenoble a hacer un curso de francés en el mes de Julio, y como esta vez había volado a Lyon y con la misma bicicleta así que tanto mi fiel rocinante como yo sabíamos la ruta de escape. Fui recordando los primeros pueblos que me encontré por el camino y la panadería donde dos años atrás compré el primer croissant del día. Al cabo de una hora y media el efecto del café estaba sucumbiendo ante el cansancio de una noche sin apenas dormir y como había recorrido casi la mitad de lo que tenía que recorrer ese día, unos treinta kilómetros en total, me paré en Cremieu para otro café. Cremieu, un pueblo medieval que conservaba parte de su muralla defensiva así como un castillo en un cerro.



Fui buscando la plaza del pueblo donde posiblemente me servirían el café más caro de la zona pero tendría derecho a la vista del ayuntamiento que acostumbra a ser el edificio más bonito. Con gusto pagué el precio ya que la plaza del pueblo mereció la pena, además en la plaza del pueblo aparte del ayuntamiento y la oficina de turismo había un convento de los agustinos cuyo claustro se veía a través de la verja.




Igual de asombrado, aunque no por las vistas, quedó una señora que a esas horas se había levantado para limpiar las contraventanas de su casa, ya que desde que entré en la plaza hasta que salí de ella no dejó de mirarme pensando que qué haría yo en un pueblo como ese a esas horas de la mañana. Y no le falta razón ya que supongo que igual de sorprendidos se quedaría cualquier lugareño de la Mancha o de cualquier zona por la que no pase el Camino de Santiago y se encuentre a las ocho de la mañana a un chaval en una bici que parece un burro de todas las alforjas que lleva.

Al salir de Cremieu nada me hizo pensar que volvería a pasar por aquel pueblo. Pero ahí estaba Murphy vigilando siempre y dispuesto a intervenir cuando y donde hiciese falta. Y así lo hizo, nada más salir del pueblo, llevaría tres kilómetros y me faltaban doce para llegar al camping, pinché. Pinché después de no haber sufrido un pinchazo en un año. Pero claro se lo había dejado muy fácil a Murphy. Y es que le había puesto en bandeja que estaba muy cansado, que llevaba parches que tenían más de cinco años y cuyo pegamento ya no pegaba y era poco menos que baba, que la cámara de repuesto que llevaba era de válvula gorda en vez de válvula fina, la cual es la única que podía utilizar con mis llantas y que además era día de diario y no había muchos ciclistas en la carretera. Pues claro Murphy pensaría “¡Esta es la mía!” Y hubiera sido la suya si no llega a pasar por allí un jubilado, ¡benditos jubilados curiosos! Un abuelete llamado Vincent de 68 años pasaba con su bicicleta por allí mientras yo me cagaba en todo lo que se me ocurría por ser tan tonto de no revisar parches y cámara antes de empezar el viaje. Al verme apurado y con un cabreo severo se me acercó y me preguntó si necesitaba ayuda. En ese momento había terminado de pegar el parche baboso que tenía en el agujero por el que salía el aire, ¡porque atención¡ No era un pinchazo, simplemente la cámara era más vieja que Carracuca y lo único que necesitó para abrirse fue que Murphy le diese su toque mágico o un buen bache si no creéis en Murphy. Estuvimos hablando un rato mientras terminaba de volver a montar la rueda trasera en la bici y comenzaba a inflarla, pero no había llegado a la mitad de la presión idónea cuando el parche, como era de esperar, saltó y volvió a dejar el agujero abierto. El bueno de Vincent, apurado de verme con todas las cosas desperdigadas por la cuneta de la carretera me dio su cámara de repuesto y me aconsejó volver a Cremieu a comprar parches y otra cámara por si me volvía a pasar. Con su ayuda volví a desmontar la bici y a montar su  cámara en mi rueda trasera, y siguiendo su consejo volví a Cremieu.


De nuevo en el pueblo los viejetes que ya habían estado sentados en la puerta del bar cuando me fui debieron de pensar que me había perdido. Siguiendo las indicaciones de Vincent fue en verdad cuando me perdí porque el pueblo aunque era pequeño todas las calles se me parecían así que vi la luz cuando encontré a un policía y le pregunté dónde estaba la tienda de bicis, y el viendo que ya estaba perdido me acompañó hasta ella. De camino le había dicho al policía que lo que quería era comprar una cámara de aire, “camera” le dije y él asintiendo me dijo que sin problema, que su amigo el de la tienda tenía. Al llegar él hizo de intermediario y le dijo lo mismo para después irse. La tienda tenía de todo, era pequeña pero muy completa, el dependiente me dice que concretamente no tiene lo que quiero, que de esas cosas no solía tener en existencias pero que él la pedía por Amazon y que al día siguiente le llegaban. A mí no me entraba en la cabeza que no tuviera cámaras con todas las bicis que tenía en la tienda y con la cantidad de artículos que vendía. Pero bueno me decía que no tenía y que la siguiente tienda para comprarlas estaba bien lejos y como no quería tentar a Murphy pues pensé que podía quedarme en el camping del pueblo y recogerla mañana. Así que acepté y mientras está pidiéndola por internet me dice que me acerque a ver cuál quiero, y yo pensando que no puede haber mucha diferencia entre unas y otras y cuando me gira el monitor del ordenador veo que tiene en pantalla cámaras de vídeo deportivas. Eso explicaba todo, el porqué de que no tuviera en tienda lo que le había dicho. Entonces le indiqué que mi GoPro funcionaba perfectamente que lo que quería era la "cosita" que iba dentro de la rueda, y él me dice que eso es una “chambre à air” lo que traducido literalmente es “habitación de aire”. Después de unas risas me dice que tampoco tiene para el tamaño de mi rueda pero que tiene parches muy buenos y que además me regala una cámara usada pero en perfecto estado. Así que al final salí de la tienda con dos cajas de parches, la cámara regalada y una nueva expresión en mi vocabulario. Me despedí de mis fans de la tercera edad y salí finalmente de Cremieu, ya directo y sin percances hasta el camping “Les 3 lacs du soleil” de Trept.

2 comentarios:

  1. Me estoy partiendo de risa con la experiencia del día, aunque en el momento eso a ti no te estaba ocurriendo

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  2. Qué bueno, Antonio!!! Menos mal que has decidido ponerte en marcha y darnos relación de tus aventuras. ¿Cómo no ibas a contarnos esas peripecias tan particulares y a la vez instructivas para nuestras otras vidas, cuando volvamos a ser jóvenes y recorrer el mundo en bicicleta? Tendré en cuenta las recomendaciones de no calzoncillos y sí "chambre à air".

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