Eran poco menos de las seis de la
mañana cuando puse una rueda en carretera. El sol se intuía detrás de los campos
de girasoles y maizales que bordeaban el aeropuerto, la neblina instalada en la
zona refrescaba el aire y diría que seguramente me despertó más rápido que el café
recién tomado. Poco a poco mis piernas fueron cogiendo el ritmo para mover la
pesada carga que llevaba detrás. Cada año siempre intento aliviar el peso de
las alforjas quitando en el último momento cosas pero aun así, acabo llevando
cosas que no utilizo en todo el viaje. De los dos calzoncillos que llevé, uno
de ellos me sobró claramente. No porque le fuese dando la vuelta a uno de ellos
y el otro fuese de adorno. Si no porque en verdad creo que me puse un
calzoncillo solo el primer día y otro cerca del final cuando visité Arlés. De
diario iba en modo comando con el pantalón de deporte que ya lleva huevera.
Llevar calzoncillo y huevera en una bici me resulta increíblemente incómodo ya
que cuando estás una media de siete a ocho horas pedaleando todo el día llevar
dos prendas ahí abajo significa que vas a tener cuatro rozaduras, una por cada
lado de la cosita y por cada prenda. No quiero explayarme en cómo se queda la
zona cuando llega la noche. Así que desde el primer día había un calzoncillo
que sobraba. También sobraba una de las tres camisetas, un par de calcetines y
el pantalón corto de vestir. En total un kilo aproximadamente que podría haber
llevado de jamón, chorizo o lomo, craso error. Pero bueno, ya estaba pedaleando
y más o menos a gusto sobre la bici, sobre todo feliz de poder alejarme del
aeropuerto y del pequeño Abdullah, deleitándome en lo bien que iba a dormir esa
noche en el camping, o eso pensaba yo.
Dos años atrás había hecho parte
de la ruta de ese mismo día escapando de las proximidades del aeropuerto ya que
dos años atrás había ido a Grenoble a hacer un curso de francés en el mes de
Julio, y como esta vez había volado a Lyon y con la misma bicicleta así que
tanto mi fiel rocinante como yo sabíamos la ruta de escape. Fui recordando los
primeros pueblos que me encontré por el camino y la panadería donde dos años
atrás compré el primer croissant del día. Al cabo de una hora y media el efecto
del café estaba sucumbiendo ante el cansancio de una noche sin apenas dormir y
como había recorrido casi la mitad de lo que tenía que recorrer ese día, unos
treinta kilómetros en total, me paré en Cremieu para otro café. Cremieu, un
pueblo medieval que conservaba parte de su muralla defensiva así como un
castillo en un cerro.
Fui buscando la plaza del pueblo donde posiblemente me
servirían el café más caro de la zona pero tendría derecho a la vista del
ayuntamiento que acostumbra a ser el edificio más bonito. Con gusto pagué el
precio ya que la plaza del pueblo mereció la pena, además en la plaza del
pueblo aparte del ayuntamiento y la oficina de turismo había un convento de los
agustinos cuyo claustro se veía a través de la verja.
Igual de asombrado, aunque no por
las vistas, quedó una señora que a esas horas se había levantado para limpiar
las contraventanas de su casa, ya que desde que entré en la plaza hasta que
salí de ella no dejó de mirarme pensando que qué haría yo en un pueblo como ese
a esas horas de la mañana. Y no le falta razón ya que supongo que igual de
sorprendidos se quedaría cualquier lugareño de la Mancha o de cualquier zona
por la que no pase el Camino de Santiago y se encuentre a las ocho de la mañana
a un chaval en una bici que parece un burro de todas las alforjas que lleva.
Al salir de Cremieu nada me
hizo pensar que volvería a pasar por aquel pueblo. Pero ahí estaba Murphy
vigilando siempre y dispuesto a intervenir cuando y donde hiciese falta. Y así
lo hizo, nada más salir del pueblo, llevaría tres kilómetros y me faltaban doce
para llegar al camping, pinché. Pinché después de no haber sufrido un pinchazo
en un año. Pero claro se lo había dejado muy fácil a Murphy. Y es que le había
puesto en bandeja que estaba muy cansado, que llevaba parches que tenían más de
cinco años y cuyo pegamento ya no pegaba y era poco menos que baba, que la
cámara de repuesto que llevaba era de válvula gorda en vez de válvula fina, la
cual es la única que podía utilizar con mis llantas y que además era día de
diario y no había muchos ciclistas en la carretera. Pues claro Murphy pensaría “¡Esta
es la mía!” Y hubiera sido la suya si no llega a pasar por allí un jubilado,
¡benditos jubilados curiosos! Un abuelete llamado Vincent de 68 años pasaba con su
bicicleta por allí mientras yo me cagaba en todo lo que se me ocurría por ser
tan tonto de no revisar parches y cámara antes de empezar el viaje. Al verme
apurado y con un cabreo severo se me acercó y me preguntó si necesitaba ayuda. En ese momento había terminado de pegar el parche baboso que tenía en el
agujero por el que salía el aire, ¡porque atención¡ No era un pinchazo,
simplemente la cámara era más vieja que Carracuca y lo único que necesitó para
abrirse fue que Murphy le diese su toque mágico o un buen bache si no creéis en Murphy. Estuvimos hablando un rato
mientras terminaba de volver a montar la rueda trasera en la bici y comenzaba a
inflarla, pero no había llegado a la mitad de la presión idónea cuando el parche,
como era de esperar, saltó y volvió a dejar el agujero abierto. El bueno de
Vincent, apurado de verme con todas las cosas desperdigadas por la cuneta de la
carretera me dio su cámara de repuesto y me aconsejó volver a Cremieu a comprar
parches y otra cámara por si me volvía a pasar. Con su ayuda volví a desmontar
la bici y a montar su cámara en mi rueda
trasera, y siguiendo su consejo volví a Cremieu.
De nuevo en el pueblo los
viejetes que ya habían estado sentados en la puerta del bar cuando me fui debieron
de pensar que me había perdido. Siguiendo las indicaciones de Vincent fue en
verdad cuando me perdí porque el pueblo aunque era pequeño todas las calles se
me parecían así que vi la luz cuando encontré a un policía y le pregunté dónde
estaba la tienda de bicis, y el viendo que ya estaba perdido me acompañó hasta
ella. De camino le había dicho al policía que lo que quería era comprar una
cámara de aire, “camera” le dije y él asintiendo me dijo que sin problema, que
su amigo el de la tienda tenía. Al llegar él hizo de intermediario y le dijo lo
mismo para después irse. La tienda tenía de todo, era pequeña pero muy
completa, el dependiente me dice que concretamente no tiene lo que quiero, que de
esas cosas no solía tener en existencias pero que él la pedía por Amazon y que
al día siguiente le llegaban. A mí no me entraba en la cabeza que no tuviera
cámaras con todas las bicis que tenía en la tienda y con la cantidad de
artículos que vendía. Pero bueno me decía que no tenía y que la siguiente
tienda para comprarlas estaba bien lejos y como no quería tentar a Murphy pues
pensé que podía quedarme en el camping del pueblo y recogerla mañana. Así que
acepté y mientras está pidiéndola por internet me dice que me acerque a ver cuál
quiero, y yo pensando que no puede haber mucha diferencia entre unas y otras y
cuando me gira el monitor del ordenador veo que tiene en pantalla cámaras de
vídeo deportivas. Eso explicaba todo, el porqué de que no tuviera en tienda lo
que le había dicho. Entonces le indiqué que mi GoPro funcionaba perfectamente que
lo que quería era la "cosita" que iba dentro de la rueda, y él me dice que eso es
una “chambre à air” lo que traducido literalmente es “habitación de aire”.
Después de unas risas me dice que tampoco tiene para el tamaño de mi rueda pero
que tiene parches muy buenos y que además me regala una cámara usada pero en
perfecto estado. Así que al final salí de la tienda con dos cajas de parches, la
cámara regalada y una nueva expresión en mi vocabulario. Me despedí de mis fans
de la tercera edad y salí finalmente de Cremieu, ya directo y sin percances
hasta el camping “Les 3 lacs du soleil” de Trept.
Me estoy partiendo de risa con la experiencia del día, aunque en el momento eso a ti no te estaba ocurriendo
ResponderEliminarQué bueno, Antonio!!! Menos mal que has decidido ponerte en marcha y darnos relación de tus aventuras. ¿Cómo no ibas a contarnos esas peripecias tan particulares y a la vez instructivas para nuestras otras vidas, cuando volvamos a ser jóvenes y recorrer el mundo en bicicleta? Tendré en cuenta las recomendaciones de no calzoncillos y sí "chambre à air".
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