No me gustan los aviones, no me
gusta volar, me pone muy nervioso el traqueteo del avión al despegar, esa
sensación de no ir totalmente paralelo al suelo cuando el avión está cogiendo
altura. Además en ese tiempo entre el que despega las ruedas del suelo y logra
estabilizarse cualquier pequeña bolsa de aire hace que se me encoja el estómago
como cuando estás en una montaña rusa y notas que tu cuerpo está bajando a una
velocidad y te da la sensación de que tu estómago aún no ha cogido la misma
velocidad, supongo que en verdad son los ácidos dentro del estómago los que
producen esa sensación de ir a una diferente velocidad y que se te encoja el
alma.
De cualquier manera estaba ya
montado en el avión y me había tomado mis correspondientes pastillas para los
nervios para poder volar. Ese día además no cometí el fatídico error de tomarme
una cerveza comiendo mientras esperaba el avión. Error que había cometido
justamente un mes antes cuando volaba hacia Toulouse para asistir al festival
Rio Loco. Ese día estaba igual de nervioso y pensando lo tenso que estaba me
tomé la cerveza, olvidando por lo tanto que las pastillas no se podían mezclar
con alcohol. A punto estuve de no volar por miedo a que las pastillas y el
alcohol se mezclasen produciendo un efecto secundario y dándome aun mayor
ansiedad. Por tanto si quería ir al festival tenía que volar sin las pastillas.
Así que me fui mentalizando y estuve todo el tiempo desde que me tomé la
cerveza hasta que me monté y me bajé del avión diciéndome a mí mismo “échale huevos”
y repitiendo tres canciones seguidas, algo más de tres horas estuve así, la
verdad es que no me sirvió de mucho porque volé con el corazón en un puño y
repitiéndome a mí mismo que si me volvía a pasar lo de la cerveza o no iba al
festival o iba por tierra aunque hubiera pagado el billete.
Un mes más tarde, en el
aeropuerto otra vez, en el avión, sentado en mi sitio, saqué la caja de las
pastillas y me tomé dos de golpe, la que me tocaba esa vez y la anterior, no
iba a haber sustos esta vez y además no solo estaba nervioso por el avión sino
por el viaje en general. Los viajes largos y cualquier cosa que implique salir
de mi rutina han provocado siempre dos emociones contrarias en mí, que depende
de la cantidad de café que lleve encima afloran con mayor o menor fuerza. Por
un lado es la euforia y adrenalina que se desata al emprender una nueva
aventura hacia algo que generalmente es desconocido para mí y por otro lado es
la duda que me surge de verme capaz a resolver y enfrentarme a todas las
dificultades que se presentarán, el miedo a encontrarme solo y a no tener la
fuerza mental que se requiere para continuar. En cualquier caso como he dicho
antes la adopción de una u otra actitud suele depender de la cantidad de café
que haya tomado. Así que conociendo este hecho suelo tener la capacidad de
revertir una u otra situación con un cafetito expreso que tanto nos gustan a mi
padre y a mí.
No recuerdo a qué hora llegué a
Lyon pero era ya bien entrada la noche, probablemente era uno de los últimos
vuelos que llegaron porque no quedaba casi nadie en el aeropuerto y todas las
ventanillas y tiendas estaban ya cerradas. Durante los días previos al vuelo
previendo lo tarde que llegaría había estado mirando lugares donde poder
dormir, en el propio aeropuerto había al menos tres hoteles, de los tres solo
uno de ellos me pareció aceptable por el precio teniendo en cuenta que yo solo
lo quería para dormir unas horas ya que al alba me levantaría deseando salir y
comenzar el viaje con la bici, sin embargo también pensé que dormir en el
aeropuerto con el saco de dormir y la esterilla no era tan mala idea, no era la
primera vez que lo había hecho y tampoco sería la última así que no llegué a
reservar ningún alojamiento para esa noche. Pero como ya he dicho todo cambia
cuando uno piensa las cosas con café y sin café, o descansado y sin descansar,
y esa noche reventado como estaba de la tensión del vuelo pues pensé que no era
tan mala idea descansar en una cama y empezar mañana después del desayuno,
después de todo no me faltarían días de dormir poco y mal a lo largo del viaje.
Así que una vez montada la bicicleta me dirigí hacia uno de los hoteles que
había mirado, el más barato del aeropuerto. Sin embargo ya estaréis adivinando
que no había habitaciones, evidentemente, esta fue la primera de las muchas
veces en las que Murphy hizo valer su ley. Me encanta esa ley, la ley de
Murphy, aquella que dice que si algo puede salir mal, saldrá, le suele dar un
toque especial a las cosas.
Bueno pues no pasa nada, volví al plan original y gracias
a Murphy conocí al pequeño Abdullah, que gracioso… y que cabrón. Me dio la
noche, la verdad. Os cuento, eran la una y algo de la noche, el aeropuerto
estaba ya bastante silencioso y prácticamente todos los que estábamos en él
habíamos decidido reposar nuestros cuerpos, ya fuese cada uno sobre su maleta,
un asiento o un pequeño colchón hecho con algún abrigo. Yo llevaba mi saco,
esterilla y tienda. La tienda no la monté porque era de piquetas. Pero sí que desenrollé
esterilla y saco y me dispuse a echar una cabezada de al menos cinco horas
antes de que los primeros vuelos empezasen a embarcar. Tenía un sitio perfecto,
un lugar estrecho que no llevaba a ningún lado, de apenas un metro y medio de
ancho por tres de largo, lo ideal para meter la bici y taponar la entrada al
pequeño pasillo con la esterilla y el saco, una zona poco iluminada y con pocos
asientos cercanos. Pocos, pero no los suficientes al parecer, porque al cabo de
un par de horas llegó la familia del pequeño Abdullah. Ellos eran cuatro, el
pequeño Abdullah de dos años aproximadamente, su hermano de unos doce años, su
hermana de otros doce años y su madre. No pierdo la cabeza si la apuesto
diciendo que Abdullah era el único que no tenía sueño en el aeropuerto. Dos y
solo dos horas me permitió dormir el que se autocoronó rey del aeropuerto
aquella noche, Abdullah I de Lyon. El pequeño tirano comenzó su reinado
corriendo por el pasillo cercano, gritando y balbuceando unas cuantas palabras
mal pronunciadas que solo su madre parecía entender. Cuando Abdullah se alejaba
demasiado su madre siempre atenta mandaba alguno de sus otros esbirros a por el
rey, el cual expresaba su desacuerdo gritando aún más fuerte y golpeando todo
lo que encontraba a su paso, hasta que volvía cerca de su madre donde sus hermanos
se desentendían de él y este volvía a explorar todos los terrenos circundantes,
creando un bucle en el espacio tiempo donde yo me quedaba medio dormido cada
vez que Abdullah se alejaba lo suficiente y volvía a despertarme cuando sus
hermanos lo traían. Así pasé otras dos horas, cabreándome poco a poco más
conmigo mismo por no haber reservado el hotel cuando tuve tiempo hasta que me
di cuenta de que no tenía sentido continuar luchando contra el rey por lo que
me levanté, volví a cargar las cosas en la bicicleta y me lancé a la búsqueda
de algún sitio para desayunar. Afortunadamente ya estaban abriendo las
cafeterías en el aeropuerto, y calculé que en lo que tardaba en desayunar el
sol comenzaría a asomarse por los ventanales.
El amanecer te regaló una bella imagen para comenzar tu aventura y poder contarla de forma tan bella, besos
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