domingo, 19 de octubre de 2014

Italia o las Santas Lucias del viaje

A las 9:30 de la mañana del día 10 de Agosto llegábamos al aeropuerto de Roma Ciampino, después de haber pasado la noche entre recuerdos de la última vez que estuve en Roma; y dudas sobre la dificultad del viaje y la fortaleza de nuestras piernas.

Agradeciendo que el vuelo no hubiera tenido muchas turbulencias, sanos y a salvo descargábamos las cosas y montábamos la bici con todos los bártulos. El primer contratiempo que tuvimos llegaba al desenvolver las bicicletas del plástico protector, con una navaja rasgué la cubierta de una de las ruedas de Sergio, dejando al descubierto los hilos y las distintas capas de la cubierta. Como esto no era suficiente, los discos de freno de las dos bicis se habían doblado, no sabíamos si en el avión o en el coche. No nos quejamos. Estaba claro que en el viaje tendríamos todo tipos de baches que sortear pero pensábamos que llegarían al cabo de dos o tres días. Con una llave inglesa, haciendo palanca, logramos enderezar algo los discos pero aun así las ruedas se frenaban solas debido al rozamiento de los discos con las pastillas de freno. Salimos lo más rápido del aeropuerto y tomamos los 20 km de la Vía Antica que nos separaban de Roma.






Roma es Roma y no necesita presentación, siempre estuvo y siempre estará.

A la mañana siguiente nos despedimos de la ciudad eterna y cogimos la vía Nomentana y otras tantas siguiendo la rivera derecha del Tiber a lo largo de la Lazio. Conforme nos fuimos adentrando en la Italia rural fuimos adquiriendo conciencia de la grandeza o barbaridad de nuestro viaje. Poco a poco fuimos ascendiendo por carreteras sin apenas tránsito de coches, en el silencio de los campos de las montañas, en las faldas de los Apeninos. Aquella cordillera tan desconocida para los dos, a la que desde un principio infravaloramos pensando que los primeros días serían largos en km pero tranquilos en altitud. Cuan equivocamos estábamos y que pronto nos dimos cuenta. Llevábamos apenas 53 km y 5 horas de recorrido, cuando paramos para comer y aun nos faltaban otros 50 km mas. Aunque rápido olvidamos nuestra preocupación cuando llegó Franca, la abuelita dueña del restaurante Di Franca, en Cantalupo di Sabina. Cuando llegó con el antipasti de “panne con pomodoro”, dos platos de “taggliatella al funghi e tartufo” y unos filetes de carne empanada, verdadera comida italiana que agradecimos y por la que hubiéramos pagado una fortuna si hubiera sido necesario.



Unos 700 metros mas de desnivel positivo en otros 50 km y llegamos al fin a Terni. Buscamos y rebuscamos hostal o albergue en la ciudad pero no encontramos nada. Eran las 8 de la tarde, la gente estaba volviendo a sus casas y no encontrábamos lugar donde quedarnos hasta que al final un hombre uruguayo amablemente nos ayudó a buscar una habitación en un hostal. Es muy fácil en estas situaciones caer en la desesperación; el cansancio y el hambre generan una ansiedad que hacen que cualquier cosa que por mínima que sea se salga de los planes produzca irritación consigo mismo y con los demás. Pero también es fácil solventar estas situaciones; una vez que se conoce la causa de la ansiedad es cuestión de carácter rechazarla.

Aquella noche el calor no nos dejó apenas descansar, por lo que temprano y con ganas de continuar salimos de Terni en dirección a Perugia. Si el día anterior tuvo cuestas, aquel no se quedó atrás, cada carretera que tomamos seguía la cresta de una montaña y como un dedo que sube y baja recorriendo la espina dorsal a través de todas las vértebras nosotros hicimos lo propio en los Apeninos. San Gemini, Todi y Marsciano, pueblos de la región Umbria que nos hicieron sudar y disfrutar a partes iguales. Cada día tiene sus personajes, sus caras, ese estuvo marcado por otro ciclista que nos acompañó unos km a las afueras de Todi y que nos llevó a una antigua fuente que había sido encontrada por el y sus amigos después de muchos años o siglos olvidada bajo la maleza; y por Francesca que nos llevó a comer “torta al testo (torta de espinacas)”, algo típico de Perugia.

En Todi la estatua de Garibaldi nos recordaba la libertad de las naciones modernas.



"Jamás se viera una lealtad mayor
que la del león italiano
al amigo de América que amó en fraterno amor.
De Garibaldi y Mitre las dos diestras hermanas
sembraron la simiente de encinas italianas
y argentinas que hoy llenan la simiente de rumor."

Cada día que pasaba nos levantábamos más temprano. A las 5 en pie y a las 6 en la bicicleta. Antes que el sol estábamos de camino a Maggiore, en el borde superior de las montañas que, como una caldera, rodeaban el lago Trasimeno. En la niebla, al pie del lago, pudimos a penas distinguir los fantasmas de las legiones romanas que perdieron la vida a manos de los soldados de Anibal el cartaginés. Conforme avanzábamos sentíamos aun la presión sobre nosotros de tantos años de historia en aquel paraje que había servido tanto de batallas como de lugar de recreo y paz de los renacentistas. Cruzamos la frontera entre la Umbria y la Toscana para llegar hasta Arezzo y visitar la plaza donde se rodó la famosa escena de “La vida es bella” donde Roberto Benigni baja en bicicleta y se cae sobre Nicoletta Braschi. Llevábamos 90 km cuando nos paramos a comer y aun nos faltaban otros 70 km más hasta llegar a Florencia por lo que no teníamos mucho tiempo que perder. Comimos una pizza y seguimos adelante. Tomamos el curso del rio Arno para llegar hasta Florencia, aunque un fallo en nuestra lectura de los mapas nos hizo desviarnos del río y tomar una carretera que ascendía un puerto de montaña a apenas 10 km de Florencia. Lloviznaba, se hacía de noche, estábamos cansados y seguíamos subiendo, sabíamos que Florencia estaba al otro lado de la montaña pero nuestras fuerzas no nos acompañaban tanto como las ganas de llegar. Finalmente llegamos al puerto de montaña y recuerdo que fue una sensación magnifica la de bajar aquella montaña con la visión de las luces de Florencia a los pies, disfrute aquel trayecto sin pedalear, admirando la respuesta de mis piernas que estaban cumpliendo como verdaderas heroínas. Llegamos tan tarde a la villa de Florencia y al albergue que no tuvimos tiempo de ver la ciudad.





Fue a la mañana siguiente cuando fuimos a ver las maravillas de la capital de la Toscana, la catedral de Brunelleschi, la réplica del David de Miguel Angel; Perseo con la cabeza de Medusa de Cellini; Hercules y Caco de Baccio Bandinelli; la fuente de Neptuno de Bartolomeo Ammannati…










Desde Florencia continuamos junto al Arno hasta Pisa en un día relativamente tranquilo si observamos la distancia 80 km, aunque en realidad fue bastante duro por el viento en contra que tuvimos durante todo el trayecto. Ese día pasamos por Lastra a Signa, donde se encuentra la casa museo del más grande representante de la canción napolitana, Enrico Caruso. Fue un casual y grato encuentro el de este museo, que aunque no llegamos a entrar, me gustó pasar por esa ciudad por su significado. La primera vez que escuché a Enrico Caruso fue al volver a Toulouse después del anterior viaje en bicicleta en 2012. Mi vecina de pasillo en la residencia, Maria Chiara, era una muchacha de San Marino con una dulzura y sensibilidad sin igual a la que le encantaba cantar canciones típicas italianas. Ella hizo que se me picase la curiosidad. Uno de esos días buscando canciones italianas encontré una canción de Enrico Caruso, “O sole mio” y al erizárseme el bello me sentí conectado de alguna manera a esta música así como lo sentí con las de Carlos Gardel años atrás.










Desde Pisa llegamos hasta Levanto siguiendo la carretera de la costa y después hasta Génova por la Strada Statale 1. No sé si la llamaron nº 1 por ser la primera que se construyó o porque es la más bonita pero sin duda esta última razón sería tan válida como la primera. La costa italiana tiene menos glamour que la francesa pero tiene una belleza singular con las cientos de crestas de los Apeninos que se adentran al mar haciendo que el paseo se convierta en un subir y bajar como una ola en la propia tierra, fuimos surferos de asfalto por unos días.













Cada vez que el Sol se ocultaba detrás de alguna montaña, cayendo ya la tarde, y nosotros aun montados en la bicicleta me venía a la mente la última viñeta de los comics de Lucky Luke, caminando solos hacia el horizonte sin más pensamientos que el de descubrir y continuar.



Lonesome cowboy, lonesome cowboy, you're a long long way from home
Lonesome cowboy, lonesome cowboy, you've a long long way to roam

I'm a poor lonesome cowboy
I'm a long long way from home
And this poor lonesome cowboy
Has got a long long way to roam
Over mountains over prairies
From dawn till day is done
My horse and me keep riding
Into the setting sun

Lonesome cowboy, lonesome cowboy, you're a long long way from home
Lonesome cowboy, lonesome cowboy, you've a long long way to roam

There are guys who just figure
Have a problem with a gun
And a finger on a trigger
Can be dangerous, hurt someone
But problems solve much better
By keeping calm and true
My horse and me keep riding
I ain't nobody's fool

Lonesome cowboy, lonesome cowboy, you're a long long way from home
Lonesome cowboy, lonesome cowboy, you've a long long way to roam

I'm a poor lonesome cowboy
But it doesn't bother me
'Cause this poor lonesome cowboy
Prefers a horse for company
Got nothing against women
But I wave them all goodbye
My horse and me keep riding
We don't like being tied


Cerrando el post quiero recordar todos los pueblos que fueron bendecidos con el nombre de Santa Lucia y que encontramos a lo largo del camino, raro fue el día que no viese alguna calle dedicada a Santa Lucia o alguna plaza. Este nombre que es el de mi prima y de una de mis mejores amigas; es también el título de una canción preciosa que escuché por primera vez en la película “La mandolina del capitán Corelli”, y que aunque no sea para nada una película magnífica, la adoro por su banda sonora.




domingo, 5 de octubre de 2014

Los Alpes, la Maddalena

Hace un mes que di por finalizado el viaje y hasta ahora no me he sentido capaz de escribir sobre él. A veces, cuando disfruto tanto de una experiencia o me resulta muy impactante, al terminarla necesito tiempo para asimilar lo que he vivido y sentido. Pero hoy con el pijama puesto y una copa de vino espero poder transmitiros parte de esta travesía de libertad sobre dos ruedas. Tengo muchas notas en la libreta que me acompañó durante el viaje pero me gustaría empezar hablándoos de los Alpes ya que aún conservo parte del shock que me produjeron.

Al nacer y vivir la mayor parte de mi vida en Mérida, soy una persona de secano y la nieve es algo increíblemente extraño para mí. La primera vez que vi nevar fue en Madrid y se me saltaron las lágrimas entre risas de la emoción e ilusión que me produjo. Sin embargo los Alpes no estaban nevados cuando los vimos. Tengo que distinguir entre los Alpes marítimos y los Grandes Alpes. Los primeros, los Alpes Marítimos los cruzamos desde la ciudad de Savona hasta más o menos Roccaforte Mondoví en dos días. Y desde Roccaforte Mondoví llegamos a  Borgo San Dalmaccio desde donde comenzaría un largo ascenso de 60 km hasta la frontera Italo-Franca que forman el Colle della Maddalenna por el lado italiano y el Col de Larche por el lado francés. La sensación de ir cruzando semejante cordillera por la hendidura que forman los valles del Stura di Demonte y el del Ubaye fue una de las cosas más maravillosas que sentido nunca. Sin embargo el esfuerzo tan brutal de subir el puerto junto con la inadaptación de mi estómago a las aguas de montaña dieron como efecto que al día siguiente de subir el puerto de montaña, el cual atravesamos a altas horas de la tarde con un frio propio de las alturas pero para el que no estábamos preparados, un cólico; por lo que decidimos descansar dos días en el pueblo de Barcelonnette a 30 km pasando la cima del puerto, en el lado francés.

El segundo día de descanso me desperté considerablemente recuperado así que propuse a mi primo alquilar un coche y explorar desde allí otros puertos de montaña cercanos. Fue ese día el día en que me enamoré de los Alpes. Para una persona como yo, ajena totalmente a la montaña y al mar, estas dos maravillas de la naturaleza tienen una atracción bastante fuerte cuando puedo disfrutar de ellas. Y es que las montañas de los Alpes en invierno, que nevadas serán como una novia vestida con su traje de bodas, impecable y cegadora en su blancura. Son más bellas si cabe en verano, ya que desnudas y desprovistas de su traje de nieve se exhiben como una novia en la luna de miel con la inmensidad de colores de su propio cuerpo desnudo. Y nosotros, que fuimos subiendo y bajando por sus curvas como dos maridos vírgenes de alturas, admirando cada recodo del camino, parando en cada pliegue de su cuerpo, haciéndoles el amor con la mirada a los colores de la roca, que cambiaban con cada giro y sombra de las nubes; no pudimos mas que rendirnos a la evidencia de su belleza. Reposando en los lagos que se hielan y deshielan, desapareciendo con cada estación, como las gotas de sudor que llenan el ombligo al hacer el amor fuimos comprendiendo que esta era la razón del viaje, conocer la inmensidad del mundo y su grandeza en rincones como aquellos. Subimos del Col de la Cayolle al Col d’Allos que como pezones se erigían en medio de la femenina figura hasta los bosques del Lac de Castillon que fueron el pubis de esta novia alpina a la que puse de nombre Maddalenna por ser ella la primera, por ser tan fugaz y por el maestro Sabina, que puso la banda sonora de mi viaje gracias al recuerdo que me trajo un poster en Génova de Frida Khalo y Diego Rivera.

“Hasta el hijo de un dios se fue con ella, la Magdalena”

Nosotros no éramos hijos de un dios, pero también la elegimos a ella, y no nos defraudó, sino que tanto ella como sus gentes nos acogieron verdaderamente bien. Desde el inicio, en Borgo San Dalmaccio donde un hombre nos paró y nos indicó una ruta más segura e infinitamente más bella para las bicicletas; hasta la cima, donde un francés compartió conmigo la alegría entre gritos y saltos el momento de alcanzar por fin la cima.


Los Alpes sin duda alguna han sido en mi opinión lo mejor del viaje, la experiencia más gratificante, no es que el puerto fuese muy duro, el problema fue que empezamos a subirlo muy tarde, entonces a la hora de llegar a la cima estábamos muy cansados y teníamos mucho frio, ya que el sol estaba ya oculto detrás de las montañas. Pero no hay mal que por bien no venga, siempre hay un lado positivo y este fue que gracias a ponerme malo al final acabamos alquilando un coche y explorando algo más a fondo esta increíble cordillera llamada los Alpes.