domingo, 5 de octubre de 2014

Los Alpes, la Maddalena

Hace un mes que di por finalizado el viaje y hasta ahora no me he sentido capaz de escribir sobre él. A veces, cuando disfruto tanto de una experiencia o me resulta muy impactante, al terminarla necesito tiempo para asimilar lo que he vivido y sentido. Pero hoy con el pijama puesto y una copa de vino espero poder transmitiros parte de esta travesía de libertad sobre dos ruedas. Tengo muchas notas en la libreta que me acompañó durante el viaje pero me gustaría empezar hablándoos de los Alpes ya que aún conservo parte del shock que me produjeron.

Al nacer y vivir la mayor parte de mi vida en Mérida, soy una persona de secano y la nieve es algo increíblemente extraño para mí. La primera vez que vi nevar fue en Madrid y se me saltaron las lágrimas entre risas de la emoción e ilusión que me produjo. Sin embargo los Alpes no estaban nevados cuando los vimos. Tengo que distinguir entre los Alpes marítimos y los Grandes Alpes. Los primeros, los Alpes Marítimos los cruzamos desde la ciudad de Savona hasta más o menos Roccaforte Mondoví en dos días. Y desde Roccaforte Mondoví llegamos a  Borgo San Dalmaccio desde donde comenzaría un largo ascenso de 60 km hasta la frontera Italo-Franca que forman el Colle della Maddalenna por el lado italiano y el Col de Larche por el lado francés. La sensación de ir cruzando semejante cordillera por la hendidura que forman los valles del Stura di Demonte y el del Ubaye fue una de las cosas más maravillosas que sentido nunca. Sin embargo el esfuerzo tan brutal de subir el puerto junto con la inadaptación de mi estómago a las aguas de montaña dieron como efecto que al día siguiente de subir el puerto de montaña, el cual atravesamos a altas horas de la tarde con un frio propio de las alturas pero para el que no estábamos preparados, un cólico; por lo que decidimos descansar dos días en el pueblo de Barcelonnette a 30 km pasando la cima del puerto, en el lado francés.

El segundo día de descanso me desperté considerablemente recuperado así que propuse a mi primo alquilar un coche y explorar desde allí otros puertos de montaña cercanos. Fue ese día el día en que me enamoré de los Alpes. Para una persona como yo, ajena totalmente a la montaña y al mar, estas dos maravillas de la naturaleza tienen una atracción bastante fuerte cuando puedo disfrutar de ellas. Y es que las montañas de los Alpes en invierno, que nevadas serán como una novia vestida con su traje de bodas, impecable y cegadora en su blancura. Son más bellas si cabe en verano, ya que desnudas y desprovistas de su traje de nieve se exhiben como una novia en la luna de miel con la inmensidad de colores de su propio cuerpo desnudo. Y nosotros, que fuimos subiendo y bajando por sus curvas como dos maridos vírgenes de alturas, admirando cada recodo del camino, parando en cada pliegue de su cuerpo, haciéndoles el amor con la mirada a los colores de la roca, que cambiaban con cada giro y sombra de las nubes; no pudimos mas que rendirnos a la evidencia de su belleza. Reposando en los lagos que se hielan y deshielan, desapareciendo con cada estación, como las gotas de sudor que llenan el ombligo al hacer el amor fuimos comprendiendo que esta era la razón del viaje, conocer la inmensidad del mundo y su grandeza en rincones como aquellos. Subimos del Col de la Cayolle al Col d’Allos que como pezones se erigían en medio de la femenina figura hasta los bosques del Lac de Castillon que fueron el pubis de esta novia alpina a la que puse de nombre Maddalenna por ser ella la primera, por ser tan fugaz y por el maestro Sabina, que puso la banda sonora de mi viaje gracias al recuerdo que me trajo un poster en Génova de Frida Khalo y Diego Rivera.

“Hasta el hijo de un dios se fue con ella, la Magdalena”

Nosotros no éramos hijos de un dios, pero también la elegimos a ella, y no nos defraudó, sino que tanto ella como sus gentes nos acogieron verdaderamente bien. Desde el inicio, en Borgo San Dalmaccio donde un hombre nos paró y nos indicó una ruta más segura e infinitamente más bella para las bicicletas; hasta la cima, donde un francés compartió conmigo la alegría entre gritos y saltos el momento de alcanzar por fin la cima.


Los Alpes sin duda alguna han sido en mi opinión lo mejor del viaje, la experiencia más gratificante, no es que el puerto fuese muy duro, el problema fue que empezamos a subirlo muy tarde, entonces a la hora de llegar a la cima estábamos muy cansados y teníamos mucho frio, ya que el sol estaba ya oculto detrás de las montañas. Pero no hay mal que por bien no venga, siempre hay un lado positivo y este fue que gracias a ponerme malo al final acabamos alquilando un coche y explorando algo más a fondo esta increíble cordillera llamada los Alpes.

2 comentarios:

  1. Por fin te has animado a escribir, estaba necesitada de tus maravillosos relatos, un beso y espero el siguiente

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  2. Gracias otra vez, Antonio, por compartir con nosotros esas sensaciones que has experimentado en ese otro viaje fantástico por las tierras italianas y francesas.
    Ya veo que vas siguiendo los pasos sugeridos por Kavafis en su Viaje a Ítaca: "Pide que el camino sea largo.
    Que muchas sean las mañanas de verano
    en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
    a puertos nunca vistos antes."
    y que tu espíritu se va enriqueciendo, se va modelando gracias a los contrastes, hasta ir llenándose de matices, para descubrir la enorme variedad que ofrece la vida, los paisajes, las relaciones humanas.
    Todo ello irá conformando tu vida de la que tú eres responsable.
    Felicidades por ese trabajo personal que vas haciendo y gracias por compartirlo.
    Besos

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