El día 4 de Abril llegué a
Escocia, hace justo un mes, lleno de ilusiones por descubrir un país que no
conocía y por mejorar todo lo que pudiese mi inglés, “el tan necesitado inglés”,
quizás esta fuese la menor de mis motivaciones al venir. Vine con un programa
de voluntariado llamado HelpX, en el que gente con granjas, hostales, casas
rurales, hoteles, ofrecen alojamiento y manutención a jóvenes voluntarios por
unas horas de trabajo, las que los anfitriones consideran apropiado, sin ningún
tipo de contribución económica por supuesto, por eso somos voluntarios.
Esto fue lo que
escribí el día de mi llegada en las redes sociales y con lo que os podréis hacer
una idea del largo trayecto a Baltasound:
“Después de
llegar el día 4 a Edimburgo en avión desde Madrid, y dormir en casa de mi
colega Jesús. Después de coger un autobús in extremis desde Edimburgo hasta
Aberdeen y quedarme dos noches la comunidad de mi amiga Sara; después de, finalmente,
tomar un ferri de 14 horas y de llegar a las 7:30 de la mañana a Lerwick; de
perder el autobús de la mañana a Baltasound y de desayunar un megabreakfast donde me han mezclado huevos,
frijoles con chili, morcilla, bacon, tarta de queso, y dos tostadas fritas con
mantequilla. Después de echar un sueñecito en un banco mientras esperaba a que
abriese una iglesia, que en verdad era una biblioteca para poder ir al baño y
coger el bus de la tarde hacia Baltasound, que ha tardado 3 horas para hacer
70km cruzando dos islas más. Después de todo eso, por fin, ¡por fin! ¡he
llegado a Baltasound!, en la isla de Unst, donde me he encontrado a tres suecos
con los que he cenado (a las 17:30!!!!!) y que serán mis compañeros durante al
menos un mes.”
El castillo de Edimburgo
Robert the Bruce primer rey de escocia y William Wallace
¿Titanic?
El megabreackfast
De excursión con los suecos
El castillo de Munnes
El castillo de Munnes
Los ponis de Shetland
El pub mas al Norte de Reino Unido
¡Que vienen los vikingos!
En una destilería de cerveza
Así me distinguían los suecos mi sandwich
Plantando patatas o desenterrando piedras
Huggies: típica comida escocesa, pollo relleno con cosas de ternera como cerebro y algo mas.
Hace unos días, rebuscando entre
todos los archivos que tengo en el ordenador, encontré una película, una de las
muchas que había descargado y que por una u otra razón aún no había visto. Esta
película, la última vez que vi París, tiene un título melancólico y atractivo.
Dado que es una película muy antigua pensé en buscar el libro en el que estaba inspirada,
basándome en mi teoría de que si una película es buena o muy conocida es porque
está inspirada en un libro anterior. F. Scott Fitzgerald era el autor del
libro, fue el más destacado de los escritores de la generación perdida, no la
española, esa es la nuestra, sino la generación perdida americana. Así fue como
Gertrude Stein los bautizó en París. Bueno pues esta película, basada en el
libro, o mejor dicho relato, ya que no supera las 20 o 30 páginas, Regreso a
Babilonia. En él se refleja desde los ojos de un personaje los buenos momentos
que vivió en la capital francesa, años después de la Primera Guerra Mundial.
Buscando en la memoria de mi aun
corta pero intensa vida, buscando mi Babilonia, no sabría decir en qué momento
he sido más feliz, si algún momento en la residencia de estudiantes en Madrid,
o alguna noche en el barrio de Malasaña, o en Toulouse en mi experiencia
Erasmus, o en el Jerte con la bici, o quizás alguno de los días de completa y
aislada libertad aquí en la Isla de Unst. Pero de lo que puedo dar constancia
es que aquí he visto la segunda cosa más bella que he visto nunca, y que el
sentimiento de felicidad y de nerviosismo debido al asombro ha sido increíble.
Os estoy intentando relatar lo
que sentí uno de los últimos días en la isla, cuando fuimos de excursión hacia
los acantilados que se encuentran al Norte de la isla, y que constituyen una
reserva natural para la conservación de las aves. En esta reserva natural,
llamada Hermaness, los escarpados acantilados son diariamente azotados por el
viento frio y las aguas del mar del Norte, con tal fuerza que hay que ir
agachado mucho antes de llegar al borde, intentando bajar el punto de gravedad
para que el viento no te desplace. Después de mucho andar desde la entrada del
parque natural, llegamos a unos acantilados que ofrecen un paseo hacia derecha
y hacia izquierda. Tomando el camino de la izquierda, dirigiéndonos hacia el
punto Norte de la isla, hacia el faro Muckle Flugga, nos encontramos a medio
camino con la maravilla de la que os estoy hablando. Una cascada hacia el
cielo. Sin exageraros, la escena fue tan bonita que aún se me ponen los pelos
de punta. El viento, acelerado en ese punto por el efecto embudo que hacían los
acantilados, evitando que el agua, que corre por el riachuelo adyacente, caiga
hacia el fondo del precipicio. En el borde del acantilado el choque entre los
dos elementos, el aire y el agua, produce la ruptura de la masa acuosa en
infinitas gotas que salen expulsadas hacia el cielo con una fuerza brutal y con
tanta rectitud que parece que la gravedad no sigue las leyes de la física en
ese punto. Semejante columna espolvoreada de lluvia asciende unos diez o quince
metros provocando que al dejarse ver el sol, el arco iris haga presencia en esta
escena, digna del museo del Prado.
Quizás haya sido el destino el
que quiera que no conserve una foto digna de aquella postal, y como soy hijo de
mi padre estoy seguro de que la próxima vez que la cuente, la columna de agua
tendrá 20 o 30 metros. Así que tendréis que ir a comprobarla vosotros mismos y
grabarla en vuestra memoria.
Llegados a este punto me gustaría
resumir de alguna manera mi experiencia en la isla de Unst, y quizás la palabra
que pueda describirla sea “empatía”. Aunque esta palabra queda un poco vacía de
significado si no se contextualiza. Pues bien, empatía hacia todos aquellos
trabajadores manuales que requieren de la fuerza y pericia de sus miembros para
realizar sus trabajos y que a menudo suelen ser los mas duros y peor valorados.
Creo haber adquirido una nueva
conciencia y un nuevo estado de humildad. Siempre he tenido la sensación de que
se me trataba con asombro y admiración por el hecho de estudiar una carrera, y
mas aun por estudiar una ingeniería. Bueno, la verdad es que no he sido un
alumno modelo en cuestión de notas. No he dedicado todos mis esfuerzos a
estudiarla ya que perdí la motivación bastante pronto y descubrí que hay otras
muchas cosas en la vida que llenan mucho más satisfactoriamente el alma que el “orgullo”
que se ha de sentir al estudiar una ingeniería. A lo largo de la carrera no
solo he conocido a gente que admiraba estas carreras, sino que también he
conocido a personas que se han sentido superiores, y eso realmente me ha
repugnado siempre.
En esta experiencia en los
confines del Reino Unido, el trabajo ha sido breve y duro a la vez. Desde lijar
durante horas puertas y ventanas, hasta quitar todas las piedras de un terreno
que dejó hace siglos de ser fértil y que se intenta recuperar ahora, pasando
por recoger litros de aceite usado acumulados durante años sobre raíles en las
campanas extractoras de la cocina del restaurante. Realizar estos trabajos que
de otra manera no haría, creo que me ha dado una conciencia más humilde, una
capacidad de empatizar más con el ser humano, y he de confesar que al finalizar
cada uno de estos trabajos por muy cansado que estuviese no me sentía aliviado
por haber terminado, sino que me sentía realmente realizado.
El día del adiós fue un día
realmente duro, quizás en parte a la gran resaca que teníamos mis tres
compañeros suecos y yo. La noche antes, nuestro anfitrión Steve, nos invitó a
las distintas variedades de cervezas y whiskeys escoceses, además de botellas
de oporto y muchas más cosas que no recuerdo. Hacía tiempo que no me sentía tan
mal, y es que en ningún momento pensé que nuestro anfitrión no sabía lo que
hacía al mezclar todas esas cosas. Solo sé que al final, después de mucho reír durante
toda la velada, después de sentirnos camaradas por una última vez. Acabé
durmiendo en el suelo y despertándome a las tres de la mañana con un mareo
brutal.
Ese mismo día a las seis de la
mañana todos en pie, bueno, los tres suecos y yo. Nos montamos en un autobús
por una carretera infernal con baches y curvas hasta nuestro destino, Lerwick,
dos horas después. Esa tarde, a las cinco de la tarde como dice Federico,
embarcamos rumbo a Aberdeen. Y viento en popa y a toda vela, dando saltos de 10
metros entre las olas, logré conciliar apenas unas horas de sueño en las
catorce horas de viaje. Ese fue el adiós de los hombres del Norte, los suecos
tomaron su camino y yo el mío, cada vez más al sur. Como si algo tirase de mí,
como si una especie de gravedad me empujase hacia tierras más cálidas. Ese día
llegué a Edimburgo y al día siguiente alcancé New Castle upon Tyne con una
breve visita a un amigo de la infancia, el señor Gustavo. Pero no podía
detenerme, ya estaba lanzado así que continúe ocho horas más hasta la ciudad
universitaria de Oxford y como no quería ser partidario entre las dos grandes
escuelas inglesas, al día siguiente fui a Cambridge, donde ya a punto de
desvanecer saqué de un recodo de mi ser el último resquicio de fuerza y me
monté en un autobús hacia King’s Lynn, ¿mi destino final? Casi. Aún tuve que
esperar tres horas en la estación a que mi nuevo anfitrión me fuese a recoger y
a medianoche como cenicienta, llegué a la granja.
Y tan ceniciento que fui. Tanto,
que al día siguiente, después de 24horas de autobús y 14horas de ferri en 4 días,
mi casero nos mantuvo trabajando ¡¡¡¡¡11horas!!!!! en los “Fields of gold” de Inglaterra.