miércoles, 5 de septiembre de 2012

Provincias Vascongadas


Miré, lleno de vértigo, y descubrí una vasta extensión oceánica, cuyas aguas tenían un color tan parecido a la tinta que me recordaron la descripción que hace el geógrafo nubio del Mare Tenebrarum. Ninguna imaginación humana podría concebir panorama más lamentablemente desolado. A derecha e izquierda, y hasta donde podía alcanzar la mirada, se tendían, como murallas del mundo, cadenas de acantilados horriblemente negros y colgantes, cuyo lúgubre aspecto veíase reforzado por la resaca, que rompía contra ellos su blanca y lívida cresta, aullando y rugiendo eternamente. Opuesta al promontorio sobre cuya cima nos hallábamos, y a unas cinco o seis millas dentro del mar, advertíase una pequeña isla de aspecto desértico; quizá sea más adecuado decir que su posición se adivinaba gracias a las salvajes rompientes que la envolvían. Unas dos millas más cerca alzábase otra isla más pequeña, horriblemente escarpada y estéril, rodeada en varias partes por amontonamientos de oscuras rocas.
Descenso al Maelstrom, Edgar Allan Poe


Ivan Konstantinovich

Así describía Edgar Allan Poe (1, 2, 3 y 4) las costas llenas de negros acantilados en Noruega, y no pude menos que recordar aquel inquietante Descenso al Maelstrom, uno de sus cuentos junto al Escarabajo de Oro y el Gato Negro que más me ha gustado.

Una descripción mucho más humilde por mi parte podría ser la siguiente. En estas costas del País Vasco no vi remolinos de agua hundiendo barcos, para escupirlos luego con furia en trozos. No vi eso. Pero sentí que de alguna forma el mar, en esta finisterra Vasca, me llamaba, ya fuese con su ir y venir de las olas o ya por el viento tan fuerte que me desplazaba con la bici cada vez que soplaba Eolo, en aquello que los mapas franceses llaman la Corniche Basque. La Corniche Basque, de unos diez kilómetros, que separa el puerto de San Juan de Luz con el de Hendaya, es de una belleza increíble, no puedo imaginar lugar mejor para dejar volar los pensamientos. En este lugar todas las preocupaciones son arrastradas y destrozadas por las olas, que chocando de una manera brutal contra los acantilados se hacen añicos, y forman una espuma blanquecina y perenne. Los acantilados, los cuales parecen aguantar impasibles todo envite del mar, se yerguen orgullosos por encima de este desierto azul, sin doblar en ningún momento la rodilla ante Poseidón. Son tan soberbios estos acantilados que dan la sensación de estar ganándole terreno al mar con sus afiladas láminas de roca surgiendo del mar, como defendiéndose de su furia.

El efecto de un día nublado, crea en mí la sensación de que al ver la Corniche Basque de alguna manera veo el lugar, donde de pequeño, he imaginado tantas veces que se hallaba encadenado Prometeo expuesto al oleaje y al águila que le comía todas las mañanas el hígado. Y es que Zeus, en verdad, no podría haber elegido un lugar mejor donde encadenar al titán que nos dio la luz. La mitología griega dice que no fue aquí donde fue castigado nuestro inmortal mecenas, sino en el Cáucaso.




Al hablar del Cáucaso recuerdo una exposición de pintura en Madrid, “El romanticismo ruso en época de Pushkin” en el museo del Romanticismo. Estos pintores románticos rusos inspiraron muchas de sus obras en las cumbres y los puertos del Cáucaso, siendo los de Ivan Konstantinovich los que quizás más me gustaron. Recuerdo que hablando de esta exposición con una amiga de Bellas Artes me recomendó buscar algún cuadro de Caspar David Friedrich, le hice caso y quedé maravillado por esa capacidad de transmitir tanta belleza y soledad en un cuadro. Bueno pues fue este pintor, el señor Friedrich, otro de los personajes que me vinieron a la mente recorriendo aquel tramo de la Corniche Basque.

Ivan Konstantinovich

Caspar David Friedrich

Caspar David Friedrich 

 Caspar David Friedrich

Caspar David Friedrich
Os cuento un poco cual fue la ruta en el País Vasco. 

El primer día de Bidart a San Sebastian tubo como momento culmen la Corniche Basque. Esa tarde, después de dejar mis bártulos en el albergue, conocí a un chaval holandés que se llamaba Alex con el cual visité la ciudad y estuvimos chapurreando entre francés e inglés sobre nuestras carreras y nuestros viajes. Alex venía desde Tours en bicicleta e iba hacia Bilbao para luego volver hasta Amsterdam (2.102 km). Esa noche fue un infierno, la gente roncaba de una manera bestial, estando en la cama me entraba la risa cada vez que escuchaba al de al lado casi gritar con un ronquido, me reía no sé si por los ronquidos o solo de pensar que eran las cuatro de la mañana y no había dormido nada. Al final vi que uno de mis compañeros se levantaba y agarraba el colchón y como leyéndole el pensamiento agarré el mío también y nos salimos al pasillo a dormir. Por la mañana, desayunando me despedí de Alex y conocí a Tomas, un austriaco que venía solo desde su país en bici con una tabla de surf, hay gente que hace cosas muy raras, no me preguntéis como traía la tabla de surf pero había hecho 1800 km y la mayoría por montañas. Al final yo era el menos loco del albergue.

Fiestas de Bayona





La playa de Biarritz



La puesta del sol en Bidart

La catedral de San Sebastián

La playa de la Concha en San Sebastián



El segundo día fue también muy bonito, de San Sebastían hasta Deba pasando por Zarautz, Guetaria y Zumaia, destacando el monte Igeldo.





















El tercer día de Deba a Castro-Urdiales, pasando por Bilbao y comiendo en Barakaldo. Llegaba a Bilbao sobre la una de la tarde, cansado de haber hecho ya casi 80 km me dispuse a admirar el Gugenheim sentado en la rivera de enfrente al museo. Estaba allí sentado con el mapa en las manos aun cuando un paisano de unos 60 años, bastante en forma, se me acerca y me pregunta con su acento vasco:

-¿Qué pasa chico? ¿Estás buscando algo?
-No, gracias. Estaba descansando viendo el museo.
-¿De dónde vienes chico?
-De Deba, esta noche me he quedado allí.
-¿Y dónde te quedas esta noche?
-En Portugalete, que hay un albergue.
-No hombre chico, allí no vayas. Vete a la playa de las Arenas que es donde va toda la gente joven.
-Ya, pero es que a lo mejor no hay albergue.
-Mira chico, vas a ir allí (me dice señalando un edificio detrás de mí), que es un albergue y preguntas si hay albergue en la playa de las Arenas. Si hay albergue te vas allí, y si no… bueno que seguro que hay albergue.
-Vale, ahora lo pregunto, muchas gracias.
-Nada hombre. ¿Dónde has empezado chico?
-En Toulouse, en Francia.
-¿Quién te ha vendido esta cesta? Esto de chicas joder.
-Ha sido en Toulouse, que me dijeron que no podía poner un portaequipaje normal y entonces no aguanta mucho peso y tuve que poner la cesta para llevar mas cosas.
-Estos franchutes no tienen ni idea. Chico, tienes el portaequipaje torcido, joder ponlo bien. Venga quita las cosas que te lo pongo bien.
-Vale (desmonto las cosas y lo coloca en su sitio).
-Esto lo tienes que apretar más que si no se mueve mucho. ¿Y los frenos? ¿Los tienes bien? (Los prueba) Joder esto no frena nada (Los ajusta). Bueno ya los tienes bien.
-Muchas gracias.
-De nada chico, ya sabes vete a la playa de las Arenas que en Portugalete no hay nada (me explica como ir a la playa de las Arenas de dos o tres formas distintas y se despide).
Pero cuando está a punto de irse se da la vuelta y :
-Chico joder tienes el casco torcido, ¿que le pasa al casco? Pontelo bien que te vas a dar una hostia y te vas a partir la cabeza.
-Si (me coloco el casco).
-¿Cuántos años tienes chico?
-24.
-Mi hijo también estaba como una cabra a tu edad.
(Sonrío)
-Bueno chico me voy (Mentira). ¿Y el sillín? Joder estos franchutes te lo han puesto todo mal, lo tienes muy bajo. Haber móntate y pon el talón en el pedal (Lo hago). Ah no, eso está bien. Venga chico me voy. Ya sabes pregunta ahí al lado y vete a la playa de las Arenas.

En todo ese tiempo de conversación lo único que me salía era responderle “¡Si, señor!” como si estuviese en el ejército. Me dio más órdenes en 20 minutos que mi jefa en 4 meses. Pero fue muy graciosa la situación. Pregunté en el albergue de al lado y no tenían ni idea así que tuve que improvisar. Así que comencé saliendo de la aglomeración de pueblos que rodean Bilbao pero me entró hambre a la altura de Barakaldo. Buscaba yo un lugar donde comer barato y donde poder dejar la bici a la vista cuando un chaval me dice "Ven chico mete la bici por aquí detrás que y la dejas a la vista mientras se lo digo al jefe", asombrado por la espontaneidad consecutiva de otro vasco le hice caso y entré con la bici, entré hasta el mismo comedor del restaurante. Allí estaba, sentado en la planta baja de un mesón con la bici a un lado y enfrente un revuelto de bacalao con pimientos de primero y con un bistec de ternera con salsa de cabrales, todo ello acompañado del vino peleón de la casa mientras sonaban por los altavoces Triana, con la canción Llegó el día; uno de los grupos musicales de los años mozos de mis padres y que tengo totalmente relacionado a mi padre ya que el cantante me recuerda a sus fotos antiguas. A partir de ese día, el camino lo pasé cantanto esta y otras dos canciones que me gustaban mucho de Triana, Una noche de amor desesperada y Se de un lugar.

Cuando estaba saliendo de Bilbao un viejete de unos 70 años se puso en paralelo con su bici y me empezó a contar un montón de cosas de Bilbao, los mineros y su vida. Se llamaba Tomás y me acompañó 20 km más hasta la cuesta de Saltacaballo donde yo ya no podía más y me tuve que bajar de la bici y subir andando, a esto Tomás que iba tan tranquilo subiendo la cuesta con la bici me dijo que se daba la vuelta si no iba a poder subirla yo montado. Nos despedimos y al poco llegué a Castro-Urdiales, pero esto es ya otra historia que deberá ser contada más adelante.

Espero que viendo estos cuadros y quizás con un poco de música lenta os haya conseguido transmitir lo que sentí por entre aquellas montañas del País Vasco. Para finalizar lo haremos tal y como empezamos, leyendo un poco a Edgar Allan Poe y su Descenso al Maelstrom. 

Llevábamos ya unos diez minutos en lo alto del Helseggen, al cual habíamos ascendido viniendo desde el interior de Lofoden, de modo que no habíamos visto ni una sola vez el mar hasta que se presentó de golpe al arribar a la cima. Mientras el anciano me hablaba, percibí un sonido potente y que crecía por momentos, algo como el mugir de un enorme rebaño de búfalos en una pradera norteamericana; y en el mismo momento reparé en que el estado del océano a nuestros pies, que correspondía a lo que los marinos llaman picado, se estaba transformando rápidamente en una corriente orientada hacía el este. Mientras la seguía mirando, aquella corriente adquirió una velocidad monstruosa. A cada instante su rapidez y su desatada impetuosidad iban en aumento. Cinco minutos después, todo el mar hasta Vurrgh hervía de cólera incontrolable, pero donde esa rabia alcanzaba su ápice era entre Moskoe y la costa. Allí, la vasta superficie del agua se abría y trazaba en mil canales antagónicos, reventaba bruscamente en una convulsión frenética -encrespándose, hirviendo, silbando- y giraba en gigantescos e innumerables vórtices, y todo aquello se atorbellinaba y corría hacia el este con una rapidez que el agua no adquiere en ninguna otra parte, como no sea el caer en un precipicio.

En pocos minutos más, una nueva y radical alteración apareció en escena. La superficie del agua se fue nivelando un tanto y los remolinos desaparecieron uno tras otro, mientras prodigiosas fajas de espuma surgían allí donde antes no había nada. A la larga, y luego de dispersarse a una gran distancia, aquellas fajas se combinaron unas con otras y adquirieron el movimiento giratorio de los desaparecidos remolinos, como si constituyeran el germen de otro más vasto. De pronto, instantáneamente, todo asumió una realidad clara y definida, formando un círculo cuyo diámetro pasaba de una milla. El borde del remolino estaba representado por una ancha faja de resplandeciente espuma; pero ni la menor partícula de ésta resbalaba al interior del espantoso embudo, cuyo tubo, hasta donde la mirada alcanzaba a medirlo, era una pulida, brillante y tenebrosa pared de agua, inclinada en un ángulo de cuarenta y cinco grados con relación al horizonte, y que giraba y giraba vertiginosamente, con un movimiento oscilante y tumultuoso, produciendo un fragor horrible, entre rugido y clamoreo, que ni siquiera la enorme catarata del Niágara lanza al espacio en su tremenda caída.

Descenso al Maelstrón, Edgar Allan Poe