Un joven...,
pero hagamos su retrato de un solo trazo: figuraos a don Quijote a los
dieciocho años, un don Quijote descortezado, sin cota ni quijotes, un don
Quijote revestido de un jubón de lana cuyo color azul se había transformado en
un matiz impreciso de heces y de azul celeste. Cara larga y atezada; el pómulo
de las mejillas saliente, signo de astucia; los músculos maxilares enormente
desarrollados, índice infalible por el que se reconocía al gascón, incluso sin
boina, y nuestro joven llevaba una boina adornada con una especie de pluma; los
ojos abiertos a inteligentes; la nariz ganchuda, pero finamente diseñada; demasiado
grande para ser un adolescente, demasiado pequeña para ser un hombre hecho, un
ojo poco acostumbrado le habría tomado por un hijo de aparcero de viaje, de no
ser por su larga espada que, prendida de un tahalí de piel, golpeaba las
pantorrillas de su propietario cuando estaba de pie, y el pelo erizado de su
montura cuando estaba a caballo.
Porque nuestro
joven tenía montura, y esa montura era tan notable que fue notada: era una jaca
del Béam, de doce á catorce años, de pelaje amarillo, sin crines en la cola,
mas no sin gabarros en las patas, y que, caminando con la cabeza más abajo de
las rodillas, lo cual volvía inútil la aplicación de la martingala, hacía pese
a todo sus ocho leguas diarias. Por desgracia, las cualidades de este caballo
estaban tan bien ocultas bajo su pelaje extraño y su porte incongruente que, en
una época en que todo el mundo entendía de caballos, la aparición de la
susodicha jaca en Meung, donde había entrado hacía un cuarto de hora más o
menos por la puerta de Beaugency, produjo una sensación cuyo disfavor
repercutió sobre su caballero.
Y esa sensación
había sido tanto más penosa para el joven D'Artagnan (así se llamaba el don
Quijote de este nuevo Rocinante) cuanto que no se le ocultaba el lado ridículo
que le prestaba, por buen caballero que fuese, semejante montura; también él
había lanzado un fuerte suspiro al aceptar el regalo que le había hecho el
señor D'Artagnan padre. No ignoraba que una bestia semejante valía por lo
menos veinte libras; cierto que las palabras con que el presente vino
acompañado no tenían precio.
‑Hijo mío ‑había
dicho el gentilhombre gascón en ese puro patois de Béam del que jamás
había podido desembarazarse Enrique IV‑, hijo mío, este caballo ha nacido en la
casa de vuestro padre, tendrá pronto trece años, y ha permanecido aquí todo ese
tiempo, lo que debe llevaros a amarlo. No lo vendáis jamás, dejadle morir
tranquila y honorablemente de viejo; y si hacéis campaña con él, cuidadlo como
cuidaríais a un viejo servidor. En la corte ‑continuó el señor D'Artagnan
padre‑, si es que tenéis el honor de ir a ella, honor al que por lo demás os da
derecho vuestra antigua nobleza, mantened dignamente vuestro nombre de
gentilhombre, que ha sido dignamente llevado por vuestros antepasados desde
hace más de quinientos años. Por vos y por los vuestros
(por los vuestros entiendo vuestros parientes y amigos) no soportéis nunca
nada salvo del señor cardenal y del rey. Por el valor, entendedlo bien, sólo por
el valor se labra hoy día un gentilhombre su camino. Quien tiembla un segundo
deja escapar quizá el cebo que precisamente durante ese segundo la fortuna le
tendía. Sois joven, debéis ser valiente por dos razones: la primera, porque
sois gascón, y la segunda porque sois hijo mío. No temáis las ocasiones y buscad
las aventuras. Os he hecho aprender a manejar la espada; tenéis un jarrete de
hierro, un puño de acero; batíos por cualquier motivo; batíos, tanto más cuanto
que están prohibidos los duelos, y por consiguiente hay dos veces valor al
batirse. No tengo, hijo mío, más que quince escudos que daros, mi caballo y los
consejos que acabáis de oír. Vuestra madre añadirá la receta de cierto bálsamo
que supo de una gitana y que tiene una virtud milagrosa para curar cualquier
herida que no alcance el corazón. Sacad provecho de todo, y vivid felizmente y
por mucho tiempo. Sólo tengo una cosa que añadir, y es un ejemplo que os
propongo, no el mío porque yo nunca he aparecido por la corte y sólo hice las
guerras de religión como voluntario; me refiero al señor de Tréville, que fue
antaño vecino mío, y que tuvo el honor siendo niño de jugar con nuestro rey
Luis XIII, a quien Dios conserve. A veces sus juegos degeneraban en batalla, y
en esas batallas no siempre era el rey el más fuerte. Los golpes que en ellas
recibió le proporcionaron mucha estima y amistad hacia el señor de Tréville.
Más tarde, el señor de Tréville se batió contra otros en su primer viaje a
Paris, cinco veces; tras la muerte del difunto rey hasta la mayoría del joven,
sin contar las guerras y los asedios, siete veces; y desde esa mayoría hasta
hoy, quizá cien. Y pese a los edictos, las ordenanzas y los arrestos, vedle
capitán de los mosqueteros, es decir, jefe de una legión de Césares a quien el
rey hace mucho caso y a quien el señor cardenal teme, precisamente él que,
como todos saben, no teme a nada. Además, el señor de Tréville gana diez mil
escudos al año; es por tanto un gran señor. Comenzó como vos: idle a ver con
esta carta, y amoldad vuestra conducta a la suya, para ser como él.
Los tres mosqueteros, Alejandro Dumas.
Era el día marcado en el calendario pero dos horas mas tarde de la programada. Ya salía por la puerta de la habitación y bajaba la bici, las mochilas y la cesta en dos tiempos por las escaleras. La noche anterior me había despedido de mi mejor amigo de Julio y entre unas cosas y otras me acostaba tarde sin pensar mucho en lo que me esperaba.
Llevaba una hora siguiendo las indicaciones del camino de Santiago por
las calles de Toulouse, una hora y me perdí. Es tan curiosa la vida y sus
casualidades que como si ella misma hubiera leído el blog días antes quiso
llevarme a la calle de Carlos Gardel, en ese momento la vida me hizo un guiño y
supe que había acertado al comprar la segunda bicicleta.
Después de desandar un poco el camino perdido decidí guiarme con mapas
hasta llegar a España donde las señales del camino son mas claras.
Recorriendo las tierras que tienen el orgullo de ser la patria del protagonista del fantástico libro de Alejandro Dumas (1, 2 y 3), Los tres mosqueteros, soñaba despierto con las aventuras y desventuras de D'Artagnan y recordaba cuanto había disfrutado de pequeño imaginando ser un mosquetero mas, fueron muchas horas y días los que pasó siendo mi libro de cabecera. En estos días recorriendo las tierras del sur de Francia, perdiéndome por sus pueblos y paisajes me he sentido aun más mosquetero que nunca, solo por los caminos, sobre mi fiel Rocinante y con mi casco puesto he sido un gentilhombre y a todos los tractores que me he cruzado, ya que los he considerado mis iguales por ir a una velocidad parecida, los he saludado cortesmente, y los franceses fieles a su estilo caballeresco me han devuelto todos el saludo. Debo confesar que me entusiasmaba ver acercarse un tractor a lo lejos, ya que preparaba mi saludo y las palabras que lo acompañarían. Después de tantas horas solo en la bicicleta admirando el paisaje se agradecía ese extraño compañerismo mutuo entre el tractor y la bici, ya que los dos somos los lentos de nuestras especies, pero también los mas pesados, y es que entre la familia de los de cuatro ruedas a motor, el tractor pesa mucho mas que un coche pero nunca lo alcanzaría y yo, entre los que son de mi especie, los ciclistas, he llevado la bici mas pesada, no solo por mi peso o la de mis bagajes sino también por la rueda y el cuadro, sin mencionar que soy mucho mas lento que los que llevan bicicletas de carreras. Era ese extraño sentimiento mutuo de pesadez y lentitud lo que supongo que me hacía esperar un tractor al girar cada curva y romper, por así decirlo, con la maravillosa y tranquila monotonía de las cigarras del camino. Hablando de cigarras quizás también les deba unas palabras de cariño, ya que me ha dado la sensación de que han hecho el viaje conmigo, paralelas al camino me han cantado todas las canciones que se han sabido, y yo a ellas, he acabado por acostumbrarme a ellas, a ellas y a los grillos cuando empezaba a caer el sol. Tan placentero y relajante ha sido durante todo el camino que las he extrañado mucho al llegar a Mérida y los días que he estado allí me he sentado en el patio de mi casa, que es particular, a escucharlos cantar.
Hace cosa de un año, con el estreno de la película Midnight in Paris, descubrí el síndrome de la Edad de Oro, me sentí muy identificado con ella y es mas, algunos amigos que habían visto también la película me dijeron recordarles al protagonista. No quisiera desvelaros nada de la película así que quizás será mejor nombrar otra película que también me gusta por el ambiente que representa, el París del Moulin Rouge, que bien o mal sale retratado en la película-musical Moulin Rouge, donde aparece un pequeño sujeto que representa no muy bien al famoso pintor Toulouse-Lautrec (1 y 2), y que aunque su nombre lo diga no nació en Toulouse, sino en Albi, una ciudad cercana no obstante. Pero es en esta película, Moulin Rouge, en la que actúa Ewan McGregor, puede que no venga a cuento nombrarlo aquí, pero es que este señor ha sido quizás una de las mas grandes motivaciones que he tenido para realizar el viaje. Este señor escocés y bravucón realizó dos grandes viajes filmados en forma de documental y con los que disfruté en gran manera con cada capítulo. Son dos Long Way Round, en el que recorre mas de 20.000 kilómetros en moto con un amigo dando la vuelta al mundo desde Londres a Rusia y desde Alaska hasta New York; por otro lado en Long Way Down recorre tantos kilómetros hacia el sur, desde Escocia hasta Ciudad del Cabo. Dos viajes espectaculares que me pusieron los dientes largos y me hicieron soñar. Recordando por tanto a Ewan McGregor y sus peripecias así como sus películas iba yo cantando canciones que me sabía del Moulin Rouge, un poco cursi, lo sé, pero luego me ponía AC-DC para motivarme.
Recorriendo las tierras que tienen el orgullo de ser la patria del protagonista del fantástico libro de Alejandro Dumas (1, 2 y 3), Los tres mosqueteros, soñaba despierto con las aventuras y desventuras de D'Artagnan y recordaba cuanto había disfrutado de pequeño imaginando ser un mosquetero mas, fueron muchas horas y días los que pasó siendo mi libro de cabecera. En estos días recorriendo las tierras del sur de Francia, perdiéndome por sus pueblos y paisajes me he sentido aun más mosquetero que nunca, solo por los caminos, sobre mi fiel Rocinante y con mi casco puesto he sido un gentilhombre y a todos los tractores que me he cruzado, ya que los he considerado mis iguales por ir a una velocidad parecida, los he saludado cortesmente, y los franceses fieles a su estilo caballeresco me han devuelto todos el saludo. Debo confesar que me entusiasmaba ver acercarse un tractor a lo lejos, ya que preparaba mi saludo y las palabras que lo acompañarían. Después de tantas horas solo en la bicicleta admirando el paisaje se agradecía ese extraño compañerismo mutuo entre el tractor y la bici, ya que los dos somos los lentos de nuestras especies, pero también los mas pesados, y es que entre la familia de los de cuatro ruedas a motor, el tractor pesa mucho mas que un coche pero nunca lo alcanzaría y yo, entre los que son de mi especie, los ciclistas, he llevado la bici mas pesada, no solo por mi peso o la de mis bagajes sino también por la rueda y el cuadro, sin mencionar que soy mucho mas lento que los que llevan bicicletas de carreras. Era ese extraño sentimiento mutuo de pesadez y lentitud lo que supongo que me hacía esperar un tractor al girar cada curva y romper, por así decirlo, con la maravillosa y tranquila monotonía de las cigarras del camino. Hablando de cigarras quizás también les deba unas palabras de cariño, ya que me ha dado la sensación de que han hecho el viaje conmigo, paralelas al camino me han cantado todas las canciones que se han sabido, y yo a ellas, he acabado por acostumbrarme a ellas, a ellas y a los grillos cuando empezaba a caer el sol. Tan placentero y relajante ha sido durante todo el camino que las he extrañado mucho al llegar a Mérida y los días que he estado allí me he sentado en el patio de mi casa, que es particular, a escucharlos cantar.
Hace cosa de un año, con el estreno de la película Midnight in Paris, descubrí el síndrome de la Edad de Oro, me sentí muy identificado con ella y es mas, algunos amigos que habían visto también la película me dijeron recordarles al protagonista. No quisiera desvelaros nada de la película así que quizás será mejor nombrar otra película que también me gusta por el ambiente que representa, el París del Moulin Rouge, que bien o mal sale retratado en la película-musical Moulin Rouge, donde aparece un pequeño sujeto que representa no muy bien al famoso pintor Toulouse-Lautrec (1 y 2), y que aunque su nombre lo diga no nació en Toulouse, sino en Albi, una ciudad cercana no obstante. Pero es en esta película, Moulin Rouge, en la que actúa Ewan McGregor, puede que no venga a cuento nombrarlo aquí, pero es que este señor ha sido quizás una de las mas grandes motivaciones que he tenido para realizar el viaje. Este señor escocés y bravucón realizó dos grandes viajes filmados en forma de documental y con los que disfruté en gran manera con cada capítulo. Son dos Long Way Round, en el que recorre mas de 20.000 kilómetros en moto con un amigo dando la vuelta al mundo desde Londres a Rusia y desde Alaska hasta New York; por otro lado en Long Way Down recorre tantos kilómetros hacia el sur, desde Escocia hasta Ciudad del Cabo. Dos viajes espectaculares que me pusieron los dientes largos y me hicieron soñar. Recordando por tanto a Ewan McGregor y sus peripecias así como sus películas iba yo cantando canciones que me sabía del Moulin Rouge, un poco cursi, lo sé, pero luego me ponía AC-DC para motivarme.
Long Way Round
Long Way Down
La primera noche dormí en Auch en casa de los padres del marido (Remi) de la compañera (Amandine) de mi jefa, muy simpáticos, cené con ellos y por la mañana Remi me acompañó unos 20 km hasta un pueblo llamado Barrán y me recomendó que comiese en un pueblo llamado Bassues, que se comía bastante bien, y ahora veréis porqué decía eso.
Esa noche llegué a Aire-sur-l'Adour después de seguir una ruta pintoresca que me recomendó también Remi y enlazar con el río Adour no tuve muchos problemas ya que al lado del río no tenía muchas colinas que subir. La ruta pintoresca muy bonita por cierto con unas bajadas muy chulas.
Al día siguiente con los ligamentos de la rodilla un poco tocados después de tanto esfuerzo llegué a un camping Sain Paul lès Dax. Y después de haber montado la tienda de campaña y haberme dado un chapuzón en la piscina me senté en uno de los bancos cerca de la cafetería del camping con un libro en francés, el cual me había sido regalado y recomendado por una buena amiga, El señor Ibrahim y las flores del Corán. Estaba por tanto escuchando la música de la cafetería a la vez que reposaba mi fastidiada rodilla y comenzaba a leer el libro. De una sentada y sin darme cuenta acabé el libro. Me gustó mucho y os lo recomiendo. Y como momo, así llamaba el señor Ibrahim a Moises, el protagonista del libro, cada vez que pedía algo en un bar, ya fuese agua o el menú del día siempre lo hacía con una gran sonrisa y quiero pensar que así conseguí platos mas llenos y cafés mas baratos.
Esa noche sin embargo una sonrisa no pudo prevenir la tormenta que calló en el valle. Los truenos sonaban muy cerca, el granizo caía sobre la tienda y notaba correr el agua por debajo de la tienda, pensé que se inundaría, pero menos mal que no, aguantó como una campeona y no entró ni una gota. Eso sí, yo no fui capaz de dormir hasta las 3 o las 4 de la madrugada cuando ya el cansancio podía mas que el ruido de la lluvia. A la mañana siguiente recogí temprano y vi con asombro que la inflamación de la rodilla había bajado completamente, así que me puse en camino.
Después de Sain Paul lès Dax tocaba seguir hacia Bayona, hacia las Provincias Vascas, pero hasta llegar allí aun me tendría que hace casi 80km por colinas y una ruta pintoresca al lado del río Adour que fue increíble con casas de estilo colonial muy bonitas y una paz en cada uno de los puntos de descanso que me invitaban a quedarme un rato incluso sin estar muy cansado.
Hasta aquí han sido las etapas por la Gascuña, espero que os haya gustado y hayáis podido apreciar algo de todo lo que yo disfruté.
Próxima entrada las Provincias Vascongadas.
Esa noche llegué a Aire-sur-l'Adour después de seguir una ruta pintoresca que me recomendó también Remi y enlazar con el río Adour no tuve muchos problemas ya que al lado del río no tenía muchas colinas que subir. La ruta pintoresca muy bonita por cierto con unas bajadas muy chulas.
Muy bonito Aire-sur-l'Adour
Estaban de fiestas en el pueblo
Al día siguiente con los ligamentos de la rodilla un poco tocados después de tanto esfuerzo llegué a un camping Sain Paul lès Dax. Y después de haber montado la tienda de campaña y haberme dado un chapuzón en la piscina me senté en uno de los bancos cerca de la cafetería del camping con un libro en francés, el cual me había sido regalado y recomendado por una buena amiga, El señor Ibrahim y las flores del Corán. Estaba por tanto escuchando la música de la cafetería a la vez que reposaba mi fastidiada rodilla y comenzaba a leer el libro. De una sentada y sin darme cuenta acabé el libro. Me gustó mucho y os lo recomiendo. Y como momo, así llamaba el señor Ibrahim a Moises, el protagonista del libro, cada vez que pedía algo en un bar, ya fuese agua o el menú del día siempre lo hacía con una gran sonrisa y quiero pensar que así conseguí platos mas llenos y cafés mas baratos.
Esa noche sin embargo una sonrisa no pudo prevenir la tormenta que calló en el valle. Los truenos sonaban muy cerca, el granizo caía sobre la tienda y notaba correr el agua por debajo de la tienda, pensé que se inundaría, pero menos mal que no, aguantó como una campeona y no entró ni una gota. Eso sí, yo no fui capaz de dormir hasta las 3 o las 4 de la madrugada cuando ya el cansancio podía mas que el ruido de la lluvia. A la mañana siguiente recogí temprano y vi con asombro que la inflamación de la rodilla había bajado completamente, así que me puse en camino.
Vistas en Grenade-sur-l'Adour
Ruta verde de 50km hacia Dax
Antigua vía de tren
Un descansito para comer
Después de Sain Paul lès Dax tocaba seguir hacia Bayona, hacia las Provincias Vascas, pero hasta llegar allí aun me tendría que hace casi 80km por colinas y una ruta pintoresca al lado del río Adour que fue increíble con casas de estilo colonial muy bonitas y una paz en cada uno de los puntos de descanso que me invitaban a quedarme un rato incluso sin estar muy cansado.
El parador de Peyrehorade
La iglesia de Peyrehorade
La ruta verde hacia Bayona
Hasta aquí han sido las etapas por la Gascuña, espero que os haya gustado y hayáis podido apreciar algo de todo lo que yo disfruté.
Próxima entrada las Provincias Vascongadas.