En el drama, tal como se ejecuta, o
tal por lo menos como se puede concebir, todo se encadena y se deduce en él
como en la realidad: en él representan su papel el cuerpo y el alma, y los
hombres y los acontecimientos, puestos en juego por este doble agente, pasan de
jocosos a terribles, y alguna vez a ser terribles y bufones a un tiempo. Así un
juez dirá: -Condenado a muerte y vamos a comer. Así el Senado romano deliberará
sobre el rodaballo de Domiciano. Así Sócrates, bebiendo la cicuta y asegurando
que el alma es inmortal y que existe un Dios único, se interrumpirá para
recordar que no se olviden de sacrificar un gallo a Esculapio. Así la reina
Elisabeth jurará y hablará en latín. Así Richelieu sufrirá la influencia del
capuchino José, y Luis XI la de su barbero Olivier. Así Cromwell dirá: -He metido
al rey en mi saco y al Parlamento en mi bolsillo, y la misma mano que firma el
decreto de muerte de Carlos I pintarrajeará con tinta el rostro de un regicida.
Así César en su carro triunfal tendrá miedo de caer. Por que los hombres de
genio, por grandes que sean, tienen siempre su lado grotesco que se ríe de su
inteligencia; por esa parte tocan con la humanidad y por esa parte son
dramáticos. «De lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso», decía
Napoleón, cuando se convenció de que era un simple mortal, y este relámpago de
un alma de fuego que se entreabre ilumina a la vez el arte y la historia; ese
grito de agonía es el resumen del drama y de la vida.
Estos contrastes se encuentran en los poetas, considerados como hombres.
A fuerza de meditar sobre la existencia, de hacer resaltar la dolorosa ironía,
de lanzar el sarcasmo y la burla sobre nuestras debilidades, esos hombres, que
excitan la risa del público, acaban por estar tristes. Esos Demócritos son
también Heráclitos; Beaumarchais era taciturno, Molière era sombrío,
Shakespeare era melancólico.
He querido empezar la entrada con
una pequeña parte del prefacio de la obra teatral Cromwell de Victor Hugo, la
cual da el pistoletazo de salida y marca las bases del romanticismo. Me ha
parecido una buena idea de rellenar el propio prefacio de este viaje y también
una forma de homenajear al propio escritor. Y es que en una de las últimas
etapas encontré en mi móvil uno de los podcast del programa de radio La Rosa de
los Vientos, del apartado Los Pasajes de la Historia, y recordé lo mucho que me
gustaba el que estaba dedicado a Victor Hugo. Después de volverlo a escuchar
apunté en mi libreta azul que yo también le debía un homenaje, a los dos, tanto
a Victor Hugo como a Juan Antonio Cebrián, el profesor de historia que me
hubiera gustado tener. He aquí la razón de que hoy haya empezado con esta
pequeña parte del prefacio de Cromwell y el cual os animo a leerlo entero ya
que es uno de esos escritos en los que los grandes genios plasman su lucidez.
Si analizáis el primer párrafo, es
la frase de Napoleón la que resume todo con gran claridad, y es lo que ha descrito
este viaje desde la propuesta inicial hasta la realización final. En un
principio, cuando expuse la idea de realizar el viaje no fueron pocos los que
me dijeron que era una idea absurda. Sin embargo a medida que el proyecto
tomaba forma esta idea absurda se fue convirtiendo en algo sublime. Lo único
que varió de la idea inicial es que en un principio la idea era algo tímida, se
decía con voz baja y en un segundo momento cada vez que hablaba del viaje lo
hacía con decisión. Cuadra por tanto con la descripción propuesta por Napoleón
y ese paso del que habla de lo ridículo a lo sublime en mi caso fue la
decisión.
Desde que salí de Toulouse cada
parada que he realizado en cualquier bar para tomar café o comer ha ido
acompañada siempre por las expresiones atentas de los clientes del bar hacia la
caja negra de la televisión donde televisaban las Olimpiadas de Londres. Acto
seguido de mi aparición en los bares llegaban las preguntas de los camareros y
viejetes de los pueblos sobre el origen y el destino de mi viaje. Era en ese
momento en el que me sentía como un atleta más de las Olimpiadas, después de haber terminado alguna prueba de clasificación. A lo largo de todo
el viaje me he ido, por lo tanto, clasificando hacia las pruebas finales, y en
los últimos días tuve la sensación de que había ganado el oro. Pero el último
día me di cuenta que no era de oro, sino de plata, mi medalla.
Durante todos estos días de
constante pedaleo, de subidas y bajadas de montañas, de interminables llanos en
los que el viento me zarandeaba como las hojas de un árbol me he sentido a
veces como Filípides, donde llegar al destino era lo más importante a toda
costa sin importar el gasto energético; otras como Aquiles, atravesado por la
flecha de Paris o como Sansón, después de haber perdido su pelo y su fuerza a
manos de Dalila, cuando en el llano mas llano no puedes dar una pedalada mas
porque la pájara está haciendo su efecto, impidiendo que tus piernas aguanten
casi siquiera para sostener la bici; o como cualquiera de los tres reyes
cristianos en las Navas de Tolosa (1, 2 y 3) juntando las últimas fuerzas para lanzar el
último ataque y descubrir con asombro que ha sido suficiente para hacer huir al
enemigo, llegar al destino en mi caso, pero con sentimientos parecidos de algo increíble.
A lo largo de todo el camino me di
cuenta de que me había convertido en el protagonista moderno del libro favorito
de mi padre, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha. Y es que tenía
todos los elementos que le caracterizaban, siendo yo Don Quijote y a falta de
bautizar la nueva bici, tenía que recibir por nombre el de Rocinante. Siendo la
palabra bicicleta de género femenino y el nombre Rocinante masculino podría
crear confusión en cuanto al género de mi fiel montura, pero veréis que pronto
llegamos a una feliz conclusión. Esta es que la bici fue comprada en Francia y
la palabra francesa para bicicleta es “velo” y después de cuatro meses diciendo
mal “la velo”, nótese el determinante femenino, acabé por asimilar que en el país
vecino bici es “velo” y es masculino, por tanto Rocinante es un “velo” francés
y un garçon bastante elegante que podría haberse ligado a Nakamura. He sido tan Don Quijote en este camino que me he cruzado con mi
Dulcinea y aunque sea en la distancia me ha acompañado mi fiel Sancho Panza,
porque yo también he tenido uno, bueno siempre lo he tenido, mi hermano, que
siempre ha tratado de calmar mis excesos de euforia ante cada nueva empresa.
Hace tres días que llegué a casa, el Lunes 13 para ser exactos, como
podréis ver antes de tiempo, y es que en verdad el planing que hice en un
principio no lo he seguido mucho, ya que he tenido que adaptarme al camino para
disfrutarlo lo máximo posible.
He estado gran parte del viaje pensando en cómo organizar todo lo que
he ido apuntando en mi libreta azul, donde recogía las cosas más pintorescas y
llamativas que me han pasado, los personajes que he conocido y las ciudades que
visitado.
A lo largo del viaje he aprendido a tomar notas con más precisión por
lo que los primeros días, en los que era más novato, las notas son más difusas
y algunas no sé ni porqué están apuntadas. No obstante intentaré describiros lo
mejor posible lo que ha sido esta gran aventura.
Os explico un poco como voy a agrupar las etapas ya que si hago una
entrada para cada etapa puede ser un poco repetitivo e incluso aburrido, tanto
para vosotros como para mí. La forma de dividir las etapas viene determinada un
poco con la identidad cultural histórica de cada región y así os cuento un poco
de cultura popular de cada región que he visitado.
Tenemos por tanto la Gascuña de D’Artagnan; las provincias Vascongadas
que serán siempre nuestros Asterix y Obelix, los irreductibles vascos; Cantabria
y Asturias, la cuna de la reconquista; el Reino Liones como les gusta que les
llamen y por último la Lusitania de Viriato.
Próxima entrada La Gascuña.
Lo primero, y como corresponde, es felicitarte, Antonio, por haber conseguido realizar tu sueño de una manera tan gratificante. Este viaje forma parte ya de tu historia y será tema de conversación, fuente de anécdotas y síntesis de la vida a medida que pasen los años y recuerde distintos momentos ahora muy cercanos, pero luego mitificados.
ResponderEliminary lo segundo, y no menos importante, darte las gracias por habernos hecho vivir, a través de tus palabras, la elaboración y el desarrollo de un sueño, la ilusión por dar un sentido a la vida cotidiana, en muchas ocasiones anodina, mortecina, castradora. Tú has sabido sacudirte la pereza que trae consigo el verano y te has vestido de explorador para indagar, investigar y conocer tus campos interiores esos a los que solo se puede acceder en soledad, y sin prisas. Seguro que ahora podrás elaborar con muchísimos detalles ese mapa personal que superará con creces a todas las guías Michelin consultadas.
Que este viaje, metáfora de tu vida, sea la guía que te ayude a seguir y a desarrollar más aún tu capacidad de VER el mundo que te rodea y a intervenir para mejorarlo en la medida de tus posibilidades. Vale, que dirían los romanos.