sábado, 25 de agosto de 2012

Gascuña

Un joven..., pero hagamos su retrato de un solo trazo: figuraos a don Quijote a los dieciocho años, un don Quijote descortezado, sin cota ni quijotes, un don Quijote revestido de un jubón de lana cuyo color azul se había transformado en un matiz impreciso de heces y de azul celeste. Cara larga y atezada; el pómulo de las mejillas saliente, signo de astucia; los músculos maxilares enormente desarrollados, índice in­falible por el que se reconocía al gascón, incluso sin boina, y nuestro joven llevaba una boina adornada con una especie de pluma; los ojos abiertos a inteligentes; la nariz ganchuda, pero finamente diseñada; de­masiado grande para ser un adolescente, demasiado pequeña para ser un hombre hecho, un ojo poco acostumbrado le habría tomado por un hijo de aparcero de viaje, de no ser por su larga espada que, pren­dida de un tahalí de piel, golpeaba las pantorrillas de su propietario cuan­do estaba de pie, y el pelo erizado de su montura cuando estaba a caballo.

Porque nuestro joven tenía montura, y esa montura era tan notable que fue notada: era una jaca del Béam, de doce á catorce años, de pelaje amarillo, sin crines en la cola, mas no sin gabarros en las patas, y que, caminando con la cabeza más abajo de las rodillas, lo cual vol­vía inútil la aplicación de la martingala, hacía pese a todo sus ocho le­guas diarias. Por desgracia, las cualidades de este caballo estaban tan bien ocultas bajo su pelaje extraño y su porte incongruente que, en una época en que todo el mundo entendía de caballos, la aparición de la susodicha jaca en Meung, donde había entrado hacía un cuarto de ho­ra más o menos por la puerta de Beaugency, produjo una sensación cuyo disfavor repercutió sobre su caballero.

Y esa sensación había sido tanto más penosa para el joven D'Ar­tagnan (así se llamaba el don Quijote de este nuevo Rocinante) cuanto que no se le ocultaba el lado ridículo que le prestaba, por buen caballe­ro que fuese, semejante montura; también él había lanzado un fuerte suspiro al aceptar el regalo que le había hecho el señor D'Artagnan pa­dre. No ignoraba que una bestia semejante valía por lo menos veinte libras; cierto que las palabras con que el presente vino acompañado no tenían precio.

‑Hijo mío ‑había dicho el gentilhombre gascón en ese puro pa­tois de Béam del que jamás había podido desembarazarse Enrique IV‑, hijo mío, este caballo ha nacido en la casa de vuestro padre, tendrá pronto trece años, y ha permanecido aquí todo ese tiempo, lo que de­be llevaros a amarlo. No lo vendáis jamás, dejadle morir tranquila y honorablemente de viejo; y si hacéis campaña con él, cuidadlo como cuidaríais a un viejo servidor. En la corte ‑continuó el señor D'Arta­gnan padre‑, si es que tenéis el honor de ir a ella, honor al que por lo demás os da derecho vuestra antigua nobleza, mantened dignamente vuestro nombre de gentilhombre, que ha sido dignamente llevado por vuestros antepasados desde hace más de quinientos años. Por vos y por los vuestros (por los vuestros entiendo vuestros parientes y ami­gos) no soportéis nunca nada salvo del señor cardenal y del rey. Por el valor, entendedlo bien, sólo por el valor se labra hoy día un gentil­hombre su camino. Quien tiembla un segundo deja escapar quizá el cebo que precisamente durante ese segundo la fortuna le tendía. Sois joven, debéis ser valiente por dos razones: la primera, porque sois gas­cón, y la segunda porque sois hijo mío. No temáis las ocasiones y bus­cad las aventuras. Os he hecho aprender a manejar la espada; tenéis un jarrete de hierro, un puño de acero; batíos por cualquier motivo; batíos, tanto más cuanto que están prohibidos los duelos, y por consi­guiente hay dos veces valor al batirse. No tengo, hijo mío, más que quince escudos que daros, mi caballo y los consejos que acabáis de oír. Vuestra madre añadirá la receta de cierto bálsamo que supo de una gitana y que tiene una virtud milagrosa para curar cualquier herida que no alcance el corazón. Sacad provecho de todo, y vivid felizmente y por mucho tiempo. Sólo tengo una cosa que añadir, y es un ejemplo que os propongo, no el mío porque yo nunca he aparecido por la cor­te y sólo hice las guerras de religión como voluntario; me refiero al se­ñor de Tréville, que fue antaño vecino mío, y que tuvo el honor siendo niño de jugar con nuestro rey Luis XIII, a quien Dios conserve. A ve­ces sus juegos degeneraban en batalla, y en esas batallas no siempre era el rey el más fuerte. Los golpes que en ellas recibió le proporciona­ron mucha estima y amistad hacia el señor de Tréville. Más tarde, el señor de Tréville se batió contra otros en su primer viaje a Paris, cinco veces; tras la muerte del difunto rey hasta la mayoría del joven, sin contar las guerras y los asedios, siete veces; y desde esa mayoría hasta hoy, quizá cien. Y pese a los edictos, las ordenanzas y los arrestos, vedle capitán de los mosqueteros, es decir, jefe de una legión de Césares a quien el rey hace mucho caso y a quien el señor cardenal teme, pre­cisamente él que, como todos saben, no teme a nada. Además, el se­ñor de Tréville gana diez mil escudos al año; es por tanto un gran se­ñor. Comenzó como vos: idle a ver con esta carta, y amoldad vuestra conducta a la suya, para ser como él.

Los tres mosqueteros, Alejandro Dumas.


Era el día marcado en el calendario pero dos horas mas tarde de la programada. Ya salía por la puerta de la habitación y bajaba la bici, las mochilas y la cesta en dos tiempos por las escaleras. La noche anterior me había despedido de mi mejor amigo de Julio y entre unas cosas y otras me acostaba tarde sin pensar mucho en lo que me esperaba.

Llevaba una hora siguiendo las indicaciones del camino de Santiago por las calles de Toulouse, una hora y me perdí. Es tan curiosa la vida y sus casualidades que como si ella misma hubiera leído el blog días antes quiso llevarme a la calle de Carlos Gardel, en ese momento la vida me hizo un guiño y supe que había acertado al comprar la segunda bicicleta.



Después de desandar un poco el camino perdido decidí guiarme con mapas hasta llegar a España donde las señales del camino son mas claras.

Recorriendo las tierras que tienen el orgullo de ser la patria del protagonista del fantástico libro de Alejandro Dumas (12 y 3), Los tres mosqueteros, soñaba despierto con las aventuras y desventuras de D'Artagnan y recordaba cuanto había disfrutado de pequeño imaginando ser un mosquetero mas, fueron muchas horas y días los que pasó siendo mi libro de cabecera. En estos días recorriendo las tierras del sur de Francia, perdiéndome por sus pueblos y paisajes me he sentido aun más mosquetero que nunca, solo por los caminos, sobre mi fiel Rocinante y con mi casco puesto he sido un gentilhombre y a todos los tractores que me he cruzado, ya que los he considerado mis iguales por ir a una velocidad parecida, los he saludado cortesmente, y los franceses fieles a su estilo caballeresco me han devuelto todos el saludo. Debo confesar que me entusiasmaba ver acercarse un tractor a lo lejos, ya que preparaba mi saludo y las palabras que lo acompañarían. Después de tantas horas solo en la bicicleta admirando el paisaje se agradecía ese extraño compañerismo mutuo entre el tractor y la bici, ya que los dos somos los lentos de nuestras especies, pero también los mas pesados, y es que entre la familia de los de cuatro ruedas a motor, el tractor pesa mucho mas que un coche pero nunca lo alcanzaría y yo, entre los que son de mi especie, los ciclistas, he llevado la bici mas pesada, no solo por mi peso o la de mis bagajes sino también por la rueda y el cuadro, sin mencionar que soy mucho mas lento que los que llevan bicicletas de carreras. Era ese extraño sentimiento mutuo de pesadez y lentitud lo que supongo que me hacía esperar un tractor al girar cada curva y romper, por así decirlo, con la maravillosa y tranquila monotonía de las cigarras del camino. Hablando de cigarras quizás también les deba unas palabras de cariño, ya que me ha dado la sensación de que han hecho el viaje conmigo, paralelas al camino me han cantado todas las canciones que se han sabido, y yo a ellas, he acabado por acostumbrarme a ellas, a ellas y a los grillos cuando empezaba a caer el sol. Tan placentero y relajante ha sido durante todo el camino que las he extrañado mucho al llegar a Mérida y los días que he estado allí me he sentado en el patio de mi casa, que es particular, a escucharlos cantar.

Hace cosa de un año, con el estreno de la película Midnight in Paris, descubrí el síndrome de la Edad de Oro, me sentí muy identificado con ella y es mas, algunos amigos que habían visto también la película me dijeron recordarles al protagonista. No quisiera desvelaros nada de la película así que quizás será mejor nombrar otra película que también me gusta por el ambiente que representa, el París del Moulin Rouge, que bien o mal sale retratado en la película-musical Moulin Rouge, donde aparece un pequeño sujeto que representa no muy bien al famoso pintor Toulouse-Lautrec (1 y 2), y que aunque su nombre lo diga no nació en Toulouse, sino en Albi, una ciudad cercana no obstante. Pero es en esta película, Moulin Rouge, en la que actúa Ewan McGregor, puede que no venga a cuento nombrarlo aquí, pero es que este señor ha sido quizás una de las mas grandes motivaciones que he tenido para realizar el viaje. Este señor escocés y bravucón realizó dos grandes viajes filmados en forma de documental y con los que disfruté en gran manera con cada capítulo. Son dos Long Way Round, en el que recorre mas de 20.000 kilómetros en moto con un amigo dando la vuelta al mundo desde Londres a Rusia y desde Alaska hasta New York; por otro lado en Long Way Down recorre tantos kilómetros hacia el sur, desde Escocia hasta Ciudad del Cabo. Dos viajes espectaculares que me pusieron los dientes largos y me hicieron soñar. Recordando por tanto a Ewan McGregor y sus peripecias así como sus películas iba yo cantando canciones que me sabía del Moulin Rouge, un poco cursi, lo sé, pero luego me ponía AC-DC para motivarme.

Long Way Round

Long Way Down

La primera noche dormí en Auch en casa de los padres del marido (Remi) de la compañera (Amandine) de mi jefa, muy simpáticos, cené con ellos y por la mañana Remi me acompañó unos 20 km hasta un pueblo llamado Barrán y me recomendó que comiese en un pueblo llamado Bassues, que se comía bastante bien, y ahora veréis porqué decía eso.




Esa noche llegué a Aire-sur-l'Adour después de seguir una ruta pintoresca que me recomendó también Remi y enlazar con el río Adour no tuve muchos problemas ya que al lado del río no tenía muchas colinas que subir. La ruta pintoresca muy bonita por cierto con unas bajadas muy chulas.


Muy bonito Aire-sur-l'Adour

 Estaban de fiestas en el pueblo



Al día siguiente con los ligamentos de la rodilla un poco tocados después de tanto esfuerzo llegué a un camping Sain Paul lès Dax. Y después de haber montado la tienda de campaña y haberme dado un chapuzón en la piscina me senté en uno de los bancos cerca de la cafetería del camping con un libro en francés, el cual me había sido regalado y recomendado por una buena amiga, El señor Ibrahim y las flores del Corán. Estaba por tanto escuchando la música de la cafetería a la vez que reposaba mi fastidiada rodilla y comenzaba a leer el libro. De una sentada y sin darme cuenta acabé el libro. Me gustó mucho y os lo recomiendo. Y como momo, así llamaba el señor Ibrahim a Moises, el protagonista del libro, cada vez que pedía algo en un bar, ya fuese agua o el menú del día siempre lo hacía con una gran sonrisa y quiero pensar que así conseguí platos mas llenos y cafés mas baratos.

Esa noche sin embargo una sonrisa no pudo prevenir la tormenta que calló en el valle. Los truenos sonaban muy cerca, el granizo caía sobre la tienda y notaba correr el agua por debajo de la tienda, pensé que se inundaría, pero menos mal que no, aguantó como una campeona y no entró ni una gota. Eso sí, yo no fui capaz de dormir hasta las 3 o las 4 de la madrugada cuando ya el cansancio podía mas que el ruido de la lluvia. A la mañana siguiente recogí temprano y vi con asombro que la inflamación de la rodilla había bajado completamente, así que me puse en camino.


Vistas en Grenade-sur-l'Adour

Ruta verde de 50km hacia Dax


Antigua vía de tren



Un descansito para comer

Después de Sain Paul lès Dax tocaba seguir hacia Bayona, hacia las Provincias Vascas, pero hasta llegar allí aun me tendría que hace casi 80km por colinas y una ruta pintoresca al lado del río Adour que fue increíble con casas de estilo colonial muy bonitas y una paz en cada uno de los puntos de descanso que me invitaban a quedarme un rato incluso sin estar muy cansado.


 El parador de Peyrehorade

La iglesia de Peyrehorade

La ruta verde hacia Bayona 






Hasta aquí han sido las etapas por la Gascuña, espero que os haya gustado y hayáis podido apreciar algo de todo lo que yo disfruté.

Próxima entrada las Provincias Vascongadas.

sábado, 18 de agosto de 2012

Prefacio


En el drama, tal como se ejecuta, o tal por lo menos como se puede concebir, todo se encadena y se deduce en él como en la realidad: en él representan su papel el cuerpo y el alma, y los hombres y los acontecimientos, puestos en juego por este doble agente, pasan de jocosos a terribles, y alguna vez a ser terribles y bufones a un tiempo. Así un juez dirá: -Condenado a muerte y vamos a comer. Así el Senado romano deliberará sobre el rodaballo de Domiciano. Así Sócrates, bebiendo la cicuta y asegurando que el alma es inmortal y que existe un Dios único, se interrumpirá para recordar que no se olviden de sacrificar un gallo a Esculapio. Así la reina Elisabeth jurará y hablará en latín. Así Richelieu sufrirá la influencia del capuchino José, y Luis XI la de su barbero Olivier. Así Cromwell dirá: -He metido al rey en mi saco y al Parlamento en mi bolsillo, y la misma mano que firma el decreto de muerte de Carlos I pintarrajeará con tinta el rostro de un regicida. Así César en su carro triunfal tendrá miedo de caer. Por que los hombres de genio, por grandes que sean, tienen siempre su lado grotesco que se ríe de su inteligencia; por esa parte tocan con la humanidad y por esa parte son dramáticos. «De lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso», decía Napoleón, cuando se convenció de que era un simple mortal, y este relámpago de un alma de fuego que se entreabre ilumina a la vez el arte y la historia; ese grito de agonía es el resumen del drama y de la vida.

Estos contrastes se encuentran en los poetas, considerados como hombres. A fuerza de meditar sobre la existencia, de hacer resaltar la dolorosa ironía, de lanzar el sarcasmo y la burla sobre nuestras debilidades, esos hombres, que excitan la risa del público, acaban por estar tristes. Esos Demócritos son también Heráclitos; Beaumarchais era taciturno, Molière era sombrío, Shakespeare era melancólico.

He querido empezar la entrada con una pequeña parte del prefacio de la obra teatral Cromwell de Victor Hugo, la cual da el pistoletazo de salida y marca las bases del romanticismo. Me ha parecido una buena idea de rellenar el propio prefacio de este viaje y también una forma de homenajear al propio escritor. Y es que en una de las últimas etapas encontré en mi móvil uno de los podcast del programa de radio La Rosa de los Vientos, del apartado Los Pasajes de la Historia, y recordé lo mucho que me gustaba el que estaba dedicado a Victor Hugo. Después de volverlo a escuchar apunté en mi libreta azul que yo también le debía un homenaje, a los dos, tanto a Victor Hugo como a Juan Antonio Cebrián, el profesor de historia que me hubiera gustado tener. He aquí la razón de que hoy haya empezado con esta pequeña parte del prefacio de Cromwell y el cual os animo a leerlo entero ya que es uno de esos escritos en los que los grandes genios plasman su lucidez.

Si analizáis el primer párrafo, es la frase de Napoleón la que resume todo con gran claridad, y es lo que ha descrito este viaje desde la propuesta inicial hasta la realización final. En un principio, cuando expuse la idea de realizar el viaje no fueron pocos los que me dijeron que era una idea absurda. Sin embargo a medida que el proyecto tomaba forma esta idea absurda se fue convirtiendo en algo sublime. Lo único que varió de la idea inicial es que en un principio la idea era algo tímida, se decía con voz baja y en un segundo momento cada vez que hablaba del viaje lo hacía con decisión. Cuadra por tanto con la descripción propuesta por Napoleón y ese paso del que habla de lo ridículo a lo sublime en mi caso fue la decisión.

Desde que salí de Toulouse cada parada que he realizado en cualquier bar para tomar café o comer ha ido acompañada siempre por las expresiones atentas de los clientes del bar hacia la caja negra de la televisión donde televisaban las Olimpiadas de Londres. Acto seguido de mi aparición en los bares llegaban las preguntas de los camareros y viejetes de los pueblos sobre el origen y el destino de mi viaje. Era en ese momento en el que me sentía como un atleta más de las Olimpiadas, después de haber terminado alguna prueba de clasificación. A lo largo de todo el viaje me he ido, por lo tanto, clasificando hacia las pruebas finales, y en los últimos días tuve la sensación de que había ganado el oro. Pero el último día me di cuenta que no era de oro, sino de plata, mi medalla.

Durante todos estos días de constante pedaleo, de subidas y bajadas de montañas, de interminables llanos en los que el viento me zarandeaba como las hojas de un árbol me he sentido a veces como Filípides, donde llegar al destino era lo más importante a toda costa sin importar el gasto energético; otras como Aquiles, atravesado por la flecha de Paris o como Sansón, después de haber perdido su pelo y su fuerza a manos de Dalila, cuando en el llano mas llano no puedes dar una pedalada mas porque la pájara está haciendo su efecto, impidiendo que tus piernas aguanten casi siquiera para sostener la bici; o como cualquiera de los tres reyes cristianos en las Navas de Tolosa (12 y 3) juntando las últimas fuerzas para lanzar el último ataque y descubrir con asombro que ha sido suficiente para hacer huir al enemigo, llegar al destino en mi caso, pero con sentimientos parecidos de algo increíble.

A lo largo de todo el camino me di cuenta de que me había convertido en el protagonista moderno del libro favorito de mi padre, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha. Y es que tenía todos los elementos que le caracterizaban, siendo yo Don Quijote y a falta de bautizar la nueva bici, tenía que recibir por nombre el de Rocinante. Siendo la palabra bicicleta de género femenino y el nombre Rocinante masculino podría crear confusión en cuanto al género de mi fiel montura, pero veréis que pronto llegamos a una feliz conclusión. Esta es que la bici fue comprada en Francia y la palabra francesa para bicicleta es “velo” y después de cuatro meses diciendo mal “la velo”, nótese el determinante femenino, acabé por asimilar que en el país vecino bici es “velo” y es masculino, por tanto Rocinante es un “velo” francés y un garçon bastante elegante que podría haberse ligado a Nakamura. He sido tan Don Quijote en este camino que me he cruzado con mi Dulcinea y aunque sea en la distancia me ha acompañado mi fiel Sancho Panza, porque yo también he tenido uno, bueno siempre lo he tenido, mi hermano, que siempre ha tratado de calmar mis excesos de euforia ante cada nueva empresa.  

Hace tres días que llegué a casa, el Lunes 13 para ser exactos, como podréis ver antes de tiempo, y es que en verdad el planing que hice en un principio no lo he seguido mucho, ya que he tenido que adaptarme al camino para disfrutarlo lo máximo posible.

He estado gran parte del viaje pensando en cómo organizar todo lo que he ido apuntando en mi libreta azul, donde recogía las cosas más pintorescas y llamativas que me han pasado, los personajes que he conocido y las ciudades que visitado.

A lo largo del viaje he aprendido a tomar notas con más precisión por lo que los primeros días, en los que era más novato, las notas son más difusas y algunas no sé ni porqué están apuntadas. No obstante intentaré describiros lo mejor posible lo que ha sido esta gran aventura.

Os explico un poco como voy a agrupar las etapas ya que si hago una entrada para cada etapa puede ser un poco repetitivo e incluso aburrido, tanto para vosotros como para mí. La forma de dividir las etapas viene determinada un poco con la identidad cultural histórica de cada región y así os cuento un poco de cultura popular de cada región que he visitado.

Tenemos por tanto la Gascuña de D’Artagnan; las provincias Vascongadas que serán siempre nuestros Asterix y Obelix, los irreductibles vascos; Cantabria y Asturias, la cuna de la reconquista; el Reino Liones como les gusta que les llamen y por último la Lusitania de Viriato.

Próxima entrada La Gascuña.